La ciudad en agosto se parece a las playas en diciembre: las persianas entrecerradas, publicidad amontonándose en los buzones y placas de alarma.
De estas ... últimas se ven cada vez más. Tantas que a veces pienso que si alguien tirara una piedra a una ventana, el parpadeo se extendería por las calles como cuando pasa un avión a reacción por una zona poblada y todos los coches empiezan a pitar a la vez.
El número de robos en viviendas viene reduciéndose en los últimos años. El pasado año se registraron unos 3.900 en la Región, según el balance de criminalidad del Ministerio de Interior, cuando diez años antes se produjeron más de 5.400. Y en el primer trimestre de 2025 los casos han vuelto a caer un 17%. Sin embargo el miedo sigue siendo el mejor agente de ventas. Algunos tienen sus trucos. Me acordaba esta semana de un caso que saltó a los medios en 2016: el encargado de una empresa del sector había enseñado a sus comerciales una técnica de ventas infalible: tocar al timbre de una urbanización y decir que habían venido a instalar uno de sus sistemas «por lo del robo». A continuación debían fingir que se habían equivocado de domicilio. Al día siguiente, cuando realizaban una batida de visitas para ofrecer el producto en la zona, las ventas iban como la seda.
Crear problemas para vender la solución es una habilidad muy valorada en los negocios. En los 90 fue célebre el caso de varias compañías antivirus que fueron cazadas distribuyendo software malicioso. El mismo principio se aplica también en la política. Estos días me acuerdo de Jumilla al ver cualquier cartel de alarma en una fachada, por eso de la moción aprobada por el Ayuntamiento para evitar los usos religiosos de sus espacios deportivos, una traba cuyo fin último es que los musulmanes dejen de celebrar dos fiestas religiosas al año en ellas, aunque no hubiera constancia de que eso supusiera problema alguno en el municipio. Igual ellos también han venido a protegernos «por lo del robo».
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