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M. Saura
Okupas de verano

Okupas de verano

Vacaciones infernales ·

O de cómo se te planta la familia política sin avisar en el apartamento de la playa y no los desaloja ni el Equipo A

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Domingo, 21 de julio 2019, 12:04

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Huérfano. Mi próximo marido me lo busco huérfano. Y, si es posible, hijo único, que llevo diez días aguantando a su familia, a saber, hermanos, cuñados, sobrinos, suegra y demás ralea. Vinieron a pasar un fin de semana, y va a terminar julio y aquí siguen. Empezó la cosa en el cumpleaños de mi santo, que se cree un patriarca que tiene que invitar a toda la familia para celebrarlo; ya ves, para una colonia del Bustamante que le regala mi suegra y una elástica sport mi cuñada. Pero él, 'emperrao'. Y que si vamos a juntarnos todos, y que si hace tiempo que no viene mi madre, y que si ya que han venido pues que se queden a pasar la noche. Semana y media llevan, y sin visos de marcharse. A este paso, les dan las uvas en la playa.

Total, el apartamento es grande. Para David el Gnomo, digo: dos dormitorios diminutos, un aseo y cocina americana. Y sin aire acondicionado. Hacinados estamos: mi suegra, en la habitación de mi hijo durmiendo con mi cuñada la divorciada y con mi sobrina en la cuna parque, que mi crío se ha tenido que venir a dormir a nuestra cama y ya me puedo despedir de darle este verano una alegría a mi cuerpo, Macarena; mis cuñados, en el comedor, que venga a abrir sofá cama y a cerrar sofá cama todos los días (mi cuñada, claro, que su marido no pega ni palo al agua, que para lo único que se mueve el tío es para ir a coger quintos a la nevera) y, al lado, los dos zangones de sus hijos en un colchón tirado en el suelo entre el frigorífico y la ventana, que para abrir la nevera tengo que hacer salto de longitud porque están sobando hasta mediodía. «Pobreticos, si es que se han acostado a las siete de la mañana, déjalos que duerman, mujer», me dice mi cuñada con todo su cuajo. Así están, tronistas perdíos. Y 'tronaos'. Cinco asignaturas le han quedado a uno, y siete al otro. Y repitiendo. Eso sí, la trigonometría la habrán suspendido, pero llevan las cejas depiladas con escuadra y cartabón, los muy Pitágoras.

Encima, me han dejado la despensa más vacía que un supermercado perestroiko. La he abierto esta mañana y quedaban dos cebollas pochas y un trozo de fuet reseco. Una jauría de lobos hambrientos es lo que son. Mi suegra, para faltarle la mitad de los dientes, se pone ciega a comer; mi cuñada está todo el día rumiando, que dice que tiene amargor de boca y que se tiene que echar algo al coleto para que se le pase, y la divorciada no para de pedirme que compre yogures de soja y tofu, que se ha vuelto vegana después de dejar al Manolo, porque tonta ya lo era de antes. Y, a todo esto, sin soltar ni un duro, que lo único que han aportado a la economía familiar ha sido una barra de helado de brandy con pasas que trajo mi cuñado el domingo pasado, y me lo está recordando todos los días como si hubiera traído dos kilos de langostinos del Mar Menor.

Y aquí sigo yo, esclavizada. Todo el día comprando, cocinando, recogiendo enredos, poniendo lavadoras de toallas y tendiendo bañadores, que es que no son capaces ni de enjuagarlos. Porque llega la hora de darse el chapuzón y aquí se larga todo Dios. Y me quedo sola con mi suegra volviéndome loca. Y venga a hablarme. Y que yo la paella no la hago así, pero tú sabrás. Y que si mi hijo es buenísimo (el de los quintos, claro, no mi marido). Y que si mi hija tuvo muy mala suerte con el Manolo, que era un 'desgraciao', con lo que ella vale. Y que si a los críos les tienen manía los profesores, que llegan los pobres por la noche de la biblioteca con los ojicos 'hinchaos' de tanto estudiar. Y todo esto persiguiéndome por la casa, que ayer fui al aseo con ella detrás. Ni hacer aguas menores en la intimidad puede una. Estoy por pedir una orden de alejamiento.

Después de comer, todo el mundo roncando. Y a mí me toca aguantar a la señora, que se pone en el filico del sofá en posición de alerta máxima a retransmitirme el 'Sálvame' como si yo fuera sorda. O ucraniana. Y cada vez que me quedo un poco 'clisá', me despierta con un: «¿¡Pero tú has visto qué ha dicho la Mila!? ¡Qué mala leche tiene, la tía!». Nada, las cuatro horas del tirón se pega. Es una fuerza de la naturaleza. Luego sigue con 'Pasapalabra', que le gusta mucho a ella el Christian Gálvez, que es un chiquillo muy listo y muy 'apañao'. Y ya empalma con la cena. Los zangones se cepillan una barra cada uno rellena de lomo 'empanao', a mi sobrina hay que hacerle merlucita fresca a la romana, mi marido y mis 'cuñaos' se ponen ciegos a cerveza y a queso curado, y mi suegra se trasiega un hervido de coliflor que me deja el apartamento oliendo a calcetín de cartero. Eso sí, la vegana divorciada no cena en casa porque se pira: que si ella es una mujer libre, que si no ha estado todos estos años aguantando a Manolo para ahora quedarse encerrada por las noches, y que si el camarero del chiringuito le ha guiñado el ojo esta mañana y que para allá que se va. Y yo, haciéndole el avioncito a la niña para que se coma la merluza. Y cenándome el rebozado que le sobra. Pues mira lo que te digo: que yo también me bajo al chiringuito. Y que se apañen.

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