Para nostalgia la que se ha montado este verano la industria del cine. Mientras regresa paulatinamente a las salas, han buscado nuevas fórmulas, que en ... realidad son antiguas, abriendo autocines al más puro estilo norteamericano, cual Sandy y Danny Zucko en 'Grease', o la vuelta del cine de verano en Cartagena donde hemos podido ver en pantalla grande películas como 'Tiburón' o 'Los Goonies', haciéndonos volver a nuestra infancia cada miércoles, porque si no sabes quién es Willy el Tuerto es que no has tenido infancia, eso es así.
Plataformas de 'streaming' parecen empeñadas en que miremos hacia atrás, como Prime Video que ha colgado en su catálogo series como 'Compañeros' y 'Al salir de clase', destilando nostalgia española a chorros, o 'El Ala Oeste de La Casa Blanca', obra maestra de Sorkin que demuestra que EE UU nunca tendrá un presidente mejor que Martin Sheen.
Hemos consumido películas y series durante el confinamiento con la misma rapidez que se nos han olvidado, aunque otras veces (pocas) hemos descubierto alguna joya que ha llegado para quedarse grabada en nuestra memoria, con una actuación inolvidable, una fotografía que se te clava en la retina o un gran guión como los de las películas de antes, que decía mi madre.
Todos mis recuerdos del cine los tengo asociados a ella. Cada Navidad veíamos juntas 'Que bello es vivir' y llorábamos cuando Clarence conseguía sus alas año tras año. O la liturgia con la que en cada gala de los Oscar preparaba una cafetera para pasar juntas la noche en vela delante del televisor, celebrando premios y criticando atuendos, que la cultura no está reñida con el juzgar. Están aquellas noches en la mejor habitación de mi memoria.
Hoy mi madre ya no está y yo sigo poniendo la cafetera cada febrero. A la mañana siguiente me voy a trabajar con la lista de ganadores fresca, sueño para exportar y un agujero inmenso en el corazón deseando que el guión de mi vida lo hubiese escrito otro. Sorkin, por ejemplo.
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