Mitad de agosto, una fecha en la que el calor anda hormonado y la ciudad se afantasma. Tan vacía se queda que siempre me entran ... ganas de marcarme un Eduardo Noriega y plantarme en mitad de la Gran Vía (la de Murcia digo, no la de Madrid) sin un alma a la vista. Bien mirado da un poco de miedo: es como estar en mitad de la ciudad igual que si estuvieras en mitad del campo. Tan solo te quedas.
Y es que son días raros, en los que un sábado por la mañana me pilla viendo la/el maratón de París, que de ambas formas se dice. Si el atletismo es el deporte que más me gusta de los Juegos, la maratón es la especialidad que más me gusta del atletismo. Hay dos razones: una, es el deporte en estado puro, sin más andamiaje que el deportista y su propio esfuerzo. Dos: es uno de los pocos deportes donde ganan los que nunca ganan. En este caso es Tola, de Etiopía, país que no sale en los periódicos y es mejor que no lo haga: si sale sabes que solo va a ser para algo malo.
En EE UU, un país que sí sale siempre, veo que Kamala supera a Trump en las encuestas por vez primera. La suya no ha sido la maratón, sino los cien metros: de la nada al oro en un instante. Tengo muchas dudas de que al final gane, pero solo saberla por delante, aunque sea un rato, reconforta.
Agosto nos depara otras sorpresas: veo a nuestro presidente, López Miras, despendolado con una guitarra cual un Keith Richards rejuvenecido. «La música es una necesidad. Tras la comida, el aire, el agua y la calefacción, lo siguiente es la música», dijo una vez el de los Rolling. Al parecer, para el presidente también lo es y a mí no me molesta. Harto de políticos insulsos y envarados, está bien ver a Miras pasándolo pipa. A algunos no les parecerá serio, pero a mí no me molesta. Solo demuestra dos cosas: que al presidente le gusta la fiesta, eso por descontado, y que hoy en día una cámara inesperada tiene más peligro que Trump en un debate con el turno de palabra.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión