¿Tienes una lista de cosas que hacer antes de morir? Con esa sencilla pregunta comenzó una sobremesa familiar de más de tres horas. Todos ... los presentes coincidimos en viajar, unos a destinos inalcanzables soñados en cada lotería y otros volviendo a sitios donde un día fueron felices.
Mi hermana Belén tiene apuntadas una serie de cosas mundanas que no sé por qué extraña razón aún las tiene sin realizar. Es nuestra Nora Ephron, llena de listas donde lo común se convierte en extraordinario. Otros, somos más Joan Didion, adultos sin ángeles de la guarda y duelos mal gestionados, con deseos irrealizables como volver a ver a muchos de nuestros familiares ya fallecidos.
La parte insultantemente joven de la familia no sabía qué responder, creyéndose con toda la vida por delante para conseguir todo lo que desean. Ilusos ellos, ya llegarán a nuestra edad y tendrán esa lista llena de anhelos pendientes. Vivir en el extranjero una temporada, aprender a bailar tangos, asistir a un concierto en una capital europea, ordeñar una vaca, ver una aurora boreal. Experiencias como forma de felicidad.
A pesar de todo esto, reivindicamos la necesidad de lo evidente, el contacto con la realidad, y la importancia de lo cotidiano. Todos tenemos metas por cumplir, queremos evolucionar, ser mejores cada día, aspirar a la excelencia. Es bueno vivir con ambición pero que esto no nos impida ver lo verdaderamente esencial: la familia, donde se gesta la vida, se construyen los valores y se enseña el amor, para no perder el norte y olvidar de dónde venimos. No todo tiene que servir para algo elevado. Son las acciones vitales, el contacto real con el aquí y ahora, el compromiso con lo que en cada momento nos toca hacer, para, llegado el momento de mirar hacia atrás y a pesar de los inevitables momentos duros vividos, reconocernos felices.
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