Rafael Fuster: «Nos empeñamos en buscar lo que nos falta cuando tenemos más de lo que creemos»
«Ver la infancia es ver a Dios. Los niños son puros, perfectos, y nosotros estamos llenos de defectos. Es maravilloso disfrutar de mis hijos. Observarlos es un aprendizaje continuo de vida»
Acaba de regresar Rafael Fuster (Murcia, 1978) de unos días de vacaciones en Galicia, un lugar predilecto para pasar la canícula desde hace ya varios ... veranos para el director del Museo Ramón Gaya y su familia. Hoy también vuelve Fuster, algún lustro después, a estas páginas de Estío a la Murciana, en el mismo periódico que sigue devorando a diario y en el que ahora también colabora a través de su sección 'Obras escogidas', donde hace un repaso a ese rico patrimonio artístico y cultural de la Región que muchas veces pasa desapercibido a ojos de una sociedad demasiado ocupada en seguir haciendo girar la rueda del hámster. Aunque, para 'obras escogidas' y «perfectas», define Fuster, las dos que han nacido en este tiempo transcurrido entre entrevista y entrevista: dos obras de carne y hueso que son sus dos hijos, Ángel y Luz, bellos frutos de su unión con la periodista Trinidad Abellán.
Enemigo de quejas sin argumento y la sobrecarga de palabras, fiel amigo de la armonía y de esas cosas sencillas que hacen la vida más bonita aún, como la cerveza (muy) fría y el pescado (muy) fresco, Rafael Fuster es uno de los pocos artistas españoles que puede presumir de haber ganado una beca para vivir dos años en el prestigioso Colegio de España de París, por donde pasaron desde Azorín a Baroja. Allí llegó a fundar la editorial de la institución, publicando incluso textos inéditos de Miguel de Unamuno, como aquellas palabras con las que el escritor vasco inauguró el edificio. Aquella experiencia la califica Fuster como «una de las más felices de mi vida», aunque también es cierto que «no hay lugar en el que no haya estado donde no me haya sentido feliz». Ahora también se siente feliz, en plenitud, dirigiendo el museo que lleva el nombre de quien ha sido su «referente» durante toda la vida. «Es un regalo», resume.
–En aquella foto que se publicó de usted en esta misma sección tenía en sus brazos a su perra, 'Luna', ya fallecida, y una copa de Aperol Spritz. Y vivía en otra casa. Ahora tiene dos hijos.
–Es un regalo de la vida, es maravilloso. Es de las cosas más grandes que me han podido pasar nunca, disfrutar de Ángel y de Luz. Ahora son muy pequeños. Ángel tiene 6 años y Luz tiene 4. Y creo que ver la infancia es ver la divinidad, es ver a Dios.
–¿Por qué?
–Porque están puros, están limpios, porque los niños están muy fuera de lo que significa lo mundanal, están inmersos en la vida. Tienen ese bien primero que nosotros hemos perdido. Creo que en aquella entrevista ya le comenté que usted y yo fuimos perfectos de niños. Pues ellos ahora son perfectos. Nosotros, en cambio, somos los que estamos llenos de de defectos. Verlos y observarlos en silencio creo que es un aprendizaje continuo de vida. A mis hijos y a cualquier niño, claro.
–¿Le ha cambiado la vida mucho desde que es padre?
–Hombre, cambia muchísimo, porque al final tú quedas en un segundo plano. Y tiene que ser así porque tú tienes que mimar y cuidar esas vidas que vienen necesitadas, como es lógico. Nos ha cambiado mucho, pero para bien. Al final es una responsabilidad muy grande y quizás lo más importante que uno pueda hacer en esta vida. Tratar de que no hereden tus defectos, todo lo malo que uno tiene. Creo que era Pepe Rubio el que decía que ser padre es tratar de no meterte en lo que sí te importa.
–¿Se siente buen padre?
–Creo y espero que sí. Es una pregunta que me hago. Es una pregunta que es importante hacérsela para no ser lo contrario.
En tragos cortos
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-Un sitio para tomar algo. -Las plazas de abastos.
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-Una canción. -'Hallelujah', de Jeff Buckley.
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-Un libro para el verano. -'Mientras tanto', de José Rubio.
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-¿Qué consejo daría? -Hazte simple.
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-Un aroma. -El cedro.
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-¿Con quién no cenaría jamás? -Con hambre se cena con quien sea.
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-¿Quién dejó de caerle mal? -Estamos en tablas.
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-¿Le gustaría ser invisible? -Como dice mi hijo Ángel, lo que es invisible no existe.
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-¿Qué le gustaría ser de mayor? -El niño que fui.
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-¿Tiene enemigos? -No hay mayor enemigo que uno mismo.
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-¿Lo que más detesta? -Engañarse a uno mismo.
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-¿Un baño ideal? -El que me he dado este verano, después de salir a correr por la mañana en la playa del Náutico de San Vicente, en Pontevedra, con el agua helada.
–En su carrera ha trabajado intensamente la vida y la obra de Ramón Gaya, que ha sido un referente para usted. ¿Se imaginaba hace diez años que acabaría siendo director del Museo Ramón Gaya?
–No, ni mucho menos. Es un regalo porque supone servir a la pintura desde la dirección de un museo. Siempre me he dedicado al mundo del arte tratando de servir a la pintura, no servirme de ella. Cuando gané el concurso sentí mucha alegría, pero también mucha responsabilidad. Respeto muchísimo la figura de Ramón Gaya y considero que era importante que primara su pensamiento, su idea y su palabra.
–¿Vacaciones?
–Sí, hemos estado tres semanas en Galicia. Fue el primer viaje que hicimos Trinidad y yo cuando nos conocimos y desde entonces hemos vuelto prácticamente todos los veranos desde hace once años.
–¿Por qué Galicia?
–Bueno, quien ama la vida encuentra la vida maravillosa en cualquier lugar. Eso está claro. Pero, aparte de ese encuentro que tuvimos Trinidad y yo, Galicia tiene 15 grados menos en verano, que es importante (risas). Luego tiene gastronomía, tiene museos... Y tiene un lugar que nos maravilla como es el Náutico, donde hay música en directo y una playa magnífica donde los niños disfrutan como disfrutábamos nosotros antes. ¡Nos hemos encontrado a muchos murcianos allí!
–¿Qué conciertos han visto?
–Pues ha estado Iván Ferreiro, Sexy Zebras, Jero Romero, Veintiuno, Taburete... Pero nosotros estábamos en la playa y escuchábamos la música de fondo. Es como la banda sonora de nuestros veranos en la playa.
«No quiero desconectar»
–También han visitado museos, dice. ¿Es usted de los que aprovecha las vacaciones para seguir conectado a su trabajo?
–Sí, claro. Pero porque me gusta, Porque me fascina el trabajo. No es que no puedas desconectar, es que no quiero desconectar. No me interesa. Es que yo tengo la inmensa fortuna de haberme dedicado toda mi vida a esto. Es como una especie de sueño cumplido, dedicarme al arte. Ya sea en la formación, porque he trabajado en la universidad, con niños, con las exposiciones, el asesoramiento, ya sea en la dirección del museo... Pero yo he tenido la suerte de no salir de mi centro, de mi órbita.
–Pero comer había que comer.
–Hemos comido muy bien. Además, a mí me encanta cocinar. Nos gusta ir a las plazas de abastos, ver el género y cocinarlo en casa. El paisaje de Galicia se ve en las plazas de abastos.
–¿Con qué plato conquista a sus comensales?
–No, no soy experto. Es decir, no soy de estos que hacen paellas maravillosas. A ver, me gusta hacer un surtido de muchas cosas, cocinar alguna cosita pequeña, cocer algo de marisco, pero no soy muy experto. Mire, una cosa que se me da bien y me empeñé en aprender es la comida japonesa. El sushi, el sashimi...
En este momento llega el camarero del bar donde se desarrolla la entrevista y pone encima de la mesa dos trozos de pulpo, dos matrimonios y dos caballitos. Y dos cervezas, obviamente.
–Ya que estamos... ¿Pulpo a la gallega o pulpo murciano?
–Pulpo murciano, sin ninguna duda. Es exquisito. ¿Y usted?
–También. Es que el pulpo murciano es una obra de arte. Hablando de obras de arte, ¿sigue usted pintando, haciendo escultura, trabajando en su estudio desde que le nombraron director del museo?
–Sí. Siempre, todos los días, por poquito que sea, voy al estudio. Eso no hay que perderlo nunca. Me siento pintor, me siento escultor y además es el lugar donde yo me siento bien, me siento libre. Es una manera de estar solo, que decía Pessoa.
Soledad en compañía
–Hablando de soledad, usted dijo que uno de sus «paraísos» era la soledad. ¿Sigue disfrutando de la soledad igual que antes con dos niños pequeños?
–La soledad me parece maravillosa y se puede salir de ella cuando alguien te la mejora, cuando tú estás cómodo en compañía. Trinidad y mis hijos lo hacen. Me sigue gustando la soledad y me sigue gustando estar solo, como es lógico, pero necesitas que alguien te mejore esa soledad para poder estar en compañía.
–¿Se puede disfrutar de la soledad en compañía?
–Naturalmente que sí. Es como el ruido. De todo el ruido que hay en un lugar, puedes atender lo que consideres. Hay que hacer el ejercicio para concentrarse y lograr llegar a ese vacío interior, pero sí se puede.
–¿Añora algo en concreto?
–[Piensa] La verdad es que no. Pienso más en lo que tengo que en lo que no tengo... ¡Si es que lo tenemos todo! ¡Lo tenemos todo y nos quejamos! Es decir, son todos dones y nos empeñamos continuamente en buscar lo que nos falta, cuando tenemos muchísimo más de lo que creemos a nuestro alrededor, al alcance de la mano.
–Orgulloso, ¿de qué está?
–De mis hijos. De lo que hemos construido en torno a ellos, que creo que es muy importante.
–Está claro que a Galicia volverá pero, ¿a qué lugar no volvería jamás?
–[Piensa] Yo creo que volvería a todos lados.
–¿Ha sido feliz en todos los lados en los que ha estado?
–Pues no sé si la palabra es feliz, pero he tenido armonía. Es que yo la busco, yo he trabajado por tener armonía. Como le decía antes, quien ama la vida la ama en cualquier lugar.
–Estudió en Granada, se fue a hacer el doctorado a Madrid, vivió en Venecia... Pero su etapa en París y su estancia en el Colegio de España fue especial, ¿no?
–Es verdad, eso fue una auténtica maravilla. El Colegio de España es un paraíso en el que estuve con diferentes personas de muy diferentes disciplinas. También me permitió salir de la endogamia propia del mundo del arte y hablar con otra gente. Fue fascinante. Una beca de nueve meses que se prolongó por dos años. De los mejores recuerdos que tengo en la vida. Todos los días había algún concierto en la casa central, podía ir al Louvre prácticamente a diario, a todos los museos que tiene París, a las librerías de segunda mano que tiene la ciudad, que son una auténtica maravilla...
–Allí empezó a moverse por la ciudad en bicicleta, cosa que sigue haciendo en Murcia.
–Sí. Me horrorizaba entrar por la boca del Metro y salir por otra boca y estar completamente desorientado. No sabía unir un sitio con otro. La ciudad se vive de una manera muy diferente en bicicleta. Y los niños también vienen en la bici. Por supuesto, disfrutan más que en el coche.
–Una lección constante, ¿cuál es?
–La naturaleza. La naturaleza es la creación continua, que decía Ibn Arabi, otro murciano por excelencia.
–Pereza, ¿qué le da?
–Contra la pereza, diligencia (risas). Es algo que le digo a todo el mundo. Hay que levantarse, siempre. No hay ni que pensar en la pereza. Así que no sé decirle qué me da pereza.
–De la sociedad actual, ¿qué no soporta?
–La queja. La queja sin argumento. La falta de silencio. Se abusa demasiado de la palabra.
–¿Y qué le parece muy necesario?
–Atender la vida, Daniel.
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