Borrar
Pepe Pardo, en su obrador de San Javier, memorizando una de sus escenas teatrales. A. S.
Enredos de cabello de ángel

Enredos de cabello de ángel

PROPIOS Y EXTRAÑOS ·

Pepe Pardo, confitero, actor y dramaturgo, memoriza las escenas mientras amasa sus tortadas de merengue 'bien bañás'. Nieto de gemelos con bigote, anima a ir a Australia: «Vi canguros y koalas»

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Martes, 29 de agosto 2017, 03:42

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Antes de que en el barrio Castejón de San Javier retumbe el despertador y cante el gallo, Pepe Pardo ya está en su obrador desenredando el cabello de ángel y liando tramas en decorados imaginarios. Sus manos mezclan, amasan, endulzan y decoran tartas sin darle cuentas a su mente, que después de alumbrar ya tres piezas teatrales, reunidas en el libro 'Masa teatral' -representado ya por actores-, anda inmersa en una nueva obra: «Nada más levantarme me pongo con la bollería para que esté lista a las nueve de la mañana, luego preparo los bizcochos para las tartas, y como estoy solo, voy memorizando los textos y dando forma a las escenas que escribiré».

Con la harina ya en plena nevada festiva, Pepe se ha transmutado este verano en el criado Sancho de la comedia del Siglo de Oro 'Donde hay agravios no hay celos', de Francisco de Rojas Zorrilla, entrenada en el Festival de San Javier. Con él en la mente y el corazón ha dado forma a sus famosos saladitos -«con ingedientes de verdad, nada de pastas prefabricadas», aclara-, cruasanes y otros dulces. «Lo mío son las tortadas de merengue 'bien bañás' y rellenas de cabello de ángel. Las hago solo por encargo para que no se queden viejas», declama Pepe de su entremés particular.

  • Quién: Pepe Pardo.

  • Qué: Confitero, actor y dramaturgo.

  • Dónde: San Javier.

  • Gustos: El teatro y viajar.

  • ADN: Participativo, abierto y disciplinado.

  • Pensamiento: «Se pierden los dulces tradicionales por los bollos congelados».

En la nata montada de su próxima obra, tendrá que cruzarse, como un relleno de crema, el capitán Centellas, pues Pepe ha de refrescar el texto del amigo de don Juan Tenorio para la representación de este otoño en el cementerio de San Javier. «¡Villano fuera, por Dios! / Elegid uno, don Juan / por primero», recitará en breve Pepe al ritmo que precisa la masa de hojaldre para coger cuerpo en el horneado. «Se me da bien memorizar. Solo una vez olvidé una cosa en una escena de 'Melocotón en almíbar' y un compañero me lo tuvo que recordar. Fue Perico, que me dijo «Fede, que tienes que cambiar la planta», revive Pepe el teatro vivido, que le dan los voltios de ilusión: «Sin el teatro no podría vivir. Me da la vida. Aunque termine tarde los ensayos y tenga que levantarme a las seis».

«Yo tengo tendencia a hablar rápido, muy al estilo murciano, así que me dicen '¡Pepe, tranquilo!'»

Sumarían muchas más noches que las del cuento oriental las que ha pasado Pepe echando leña y sacando pistolas y hogazas de un horno panadero. «La misma semana que terminé la EGB, en 1977, con 13 años me metió mi padre a trabajar en una panadería por las noches. A partir de ahí, ni fiestas, ni playa, ni nada», aprendió el oficio sin cursar petición. A disciplinado y cumplidor no le ganó nadie al nieto de los gemelos Francisco Javier y Ginés, sus abuelos paterno y materno, cuyos bigotes decimonónicos le sonríen a Pepe desde un retrato sepia en el salón. Desde allí ven pasar al pastelero dramaturgo con hornadas de cordiales y volver con un milhojas de manuscritos para el próximo ensayo.

«Se pierden los dulces tradicionales por los bollos congelados. Las monas de Semana Santa por Halloween, los polvorones por los envasados. Ya ni se celebran los santos, que antes eran ventas mayores. ¿Y en Navidad? Vaya cacao de mujeres se formaba en el obrador para hornear los roscos que habían amasado. Ahora ya nada», se ve Pepe a sí mismo como una especie en extinción. Para la masa y para el teatro, tiene el corazón clásico. Hace no mucho se presentó en la Hostería del Laurel de Sevilla para conocer el lugar de las andanzas de sus dos personajes favoritos del Tenorio. «Desde siempre me gustaron los papeles largos, aunque yo tengo tendencia a hablar rápido, muy al estilo murciano, así que me dicen '¡Pepe, tranquilo!' y voy corrigiendo», se entrega al trabajo invisible del teatro desde que, a los 25 años, «me enteré de que el grupo San Javier buscaba apóstoles. Como a mí me gustaba mucho leer, me presenté y ya, a piñón fijo con el teatro». Gracias a él, Pepe ha podido ser incluso un fontanero poseído por el espíritu de una ama de casa y otras locuras, excepto una que se empeñó en vivir de verdad y no tras un telón. «Tenía obsesión por ir a Australia. Vi canguros, koalas y ornitorrincos», afirma el capitán Centellas, quien confiesa que «dejaría las tartas y los bollos y me iría a Madrid, ¡a estrenar!», se le iluminan los ojos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios