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El primer mundo exporta su basura tecnológica a África

El primer mundo exporta su basura tecnológica a África

Accra, capital de Ghana, se ha consolidado en los últimos años como el gran vertedero mundial de esta clase y su principal cliente es Europa

José Antonio González

Jueves, 28 de noviembre 2019, 07:36

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Sólo en 2018 se vendieron cerca de 1.440 millones de 'smartphones' que generaron 522.000 millones de dólares (473.600 millones de euros). Pero a estos números hay que sumar portátiles, libros electrónicos, relojes inteligentes, 'tablets' y un largo etcétera de productos tecnológicos que forman parte ya del día a día.

La otra cara son los dispositivos que se abandonan, se rompen o simplemente se tiran. Casi 50 millones de toneladas de residuos electrónicos se generaron en el mundo el año pasado, según estimaciones del Foro Económico Mundial (WEF en inglés).

Los Amazon, Alibaba, El Corte Inglés o MediaMarkt son los reyes del primer párrafo. Pero del segundo un nombre, quizá desconocido para los usuarios del primer mundo: Agbogbloshie.

Es el mayor mercado mundial de electrónica, aunque quizá habría que especificar más: chatarra electrónica. Se trata de uno de los barrios de la ciudad de Accra, capital de Ghana (África), y es el principal vertedero de desechos tecnológicos del mundo.

Un día cualquiera en este barrio transcurre entre cables, aparatos tecnológicos destrozados y continuos vertidos de plomo, cadmio, bromo, dioxinas cloradas y un largo etcétera. Son los componentes que intoxican las miles de hectáreas del vertedero y a cientos de ciudadanos.

Su enclave estratégico al oeste de la ciudad, y situado en pleno golfo de Guinea, permite que este macrovertedero reciba alrededor de 600 contenedores al mes. El principal emisor es Europa.

Los datos de Eurostat apuntan que en los países de la UE el 4% de la basura generada en el continente es electrónica, es decir, unos 10 millones de toneladas al año. Sólo en 2017, España generó 930.000 toneladas de esa clase de basura electrónica.

España es el quinto país que produce más residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) de la Unión Europea, tras Alemania, Reino Unido, Francia e Italia. Pero los datos apuntan que se recogieron sólo 198.000 toneladas, lo que supone alrededor del 21% de los residuos.

Estrechando aún más las cifras, cada español genera de media 17 kilos de desechos de ese tipo al año. La ONU va más allá y cuantifica el total mundial de basura electrónica en 50 millones de toneladas, cantidad que no ofrece señales de que vaya a disminuir, según señalan los departamentos de investigación del organismo internacional.

Conforme al estudio del profesor Martin Oteng-Ababio, de la Universidad de Ghana, en este país la recuperación de metales valiosos genera a los trabajadores ingresos de unos 3,5 dólares diarios, casi dos veces y medio el sueldo diario de un trabajador medio allí. Es el motivo por el que miles de personas se han visto atraídas por el negocio de la basura electrónica. Un ejemplo. Se calcula que 100.000 teléfonos móviles pueden contener unos 2,4 kilos de oro, equivalentes a 122.000 euros; además de 900 kilos de cobre, valorados en 85.100 euros; y 25 kilos de plata, iguales a 26.000 euros.

Elementos químicos

Un informe reciente de la Real Sociedad Británica de Química señala que un teléfono inteligente medio contiene 30 elementos químicos diferentes. Y otras estimaciones similares calculan que, en el caso de los modelos de gama alta, pueden ascender a 75.

Según cálculos de varias ONG, la dimensión de Agbogbloshie equivale ya a once campos de fútbol. Los materiales se tratan en fogatas al aire libre, liberando polvo y humos contaminantes derivados de la quema, sobre todo de PVC. Y debido a la nula experiencia en el tratamiento de estos desechos, muchos, niños incluidos, terminan cayendo enfermos.

Un estudio de la ONU certificó en 2014 que en Agbogbloshie la concentración de plomo en el suelo llega a superar mil veces el nivel máximo de tolerancia. De hecho, la contaminación del agua y la tierra exterminó en menos de una década toda la biodiversidad de la zona.

Otro informe de Naciones Unidas reveló en una escuela cercana a un depósito de residuos electrónicos una contaminación por plomo, cadmio y otros contaminantes perjudiciales más de 50 veces superior a los niveles de riesgo.

Así vigilan desde el cielo la isla de plástico que amenaza el Pacífico

Entre las coordenadas 135° a 155°O y 35° a 42°N se encuentra un sexto continente... de plástico. También conocida como «isla basura» en el Pacífico, entre California y Hawai, donde cuatro corrientes oceánicas convergen para crear un vórtice que recoge enormes cantidades de plásticos.

Su superficie se estima entre 710.000 y hasta 1,7 millones de kilómetros cuadrados. Pero, pese a su tamaño, es difícil de ver incluso con fotografías satelitales y no es posible localizarla con radares.

A mediados de noviembre el Instituto Ocean Voyages retiró de este lugar más de 40 toneladas de redes de pesca y plástico en una misión que duró cerca de 25 días. «La tecnología satelital desempeñó un papel clave en nuestro esfuerzo de recuperación, al ofrecer una solución innovadora para encontrar áreas de contaminación plástica densa», apunta Mary Crowley, fundadora y directora ejecutiva del instituto.

Con aviones no tripulados logró encontrar plásticos adicionales a la «isla de la basura». Además, dispuso de yates y barcos con conexión satélite para encontrar botellas de detergente, cajas de cerveza y refrescos, botellas de lejía y de limpieza, muebles de plástico, correas de embalaje, baldes, juguetes para niños y miles de tipos de plástico en el océano.

Una serie de satélites trasladan en tiempo real la ubicación de los plásticos y permiten al Ocean Voyages recuperar deshechos que navegan a la deriva por esta zona oceánica. La efectividad de la misión ha permitido programar ya otra similar de tres meses para 2020.

El Instituto OV colaboró con Nikolai Maximenko y Jan Hafner, de la Universidad de Hawái, coordinando el proyecto FloatEco. Financiado por la NASA, estudia los procesos físicos que controlan la deriva de desechos marinos a gran distancia y su acumulación en áreas del océano, así como los procesos biológicos que controlan la evolución del ecosistema.

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