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Pardo Cano, en la plaza de toros de Murcia, en 2009.
LA DE IBARRALUPA

Adiós al mejor presidente

En el largo siglo de historia del Real Murcia, el club grana nunca fue más grande que durante el mandato de José Pardo Cano

JUAN IGNACIO DE IBARRA

Sábado, 11 de julio 2015, 00:55

Esta es una de las pocas veces en mi vida, que me dispongo a escribir y no encuentro las palabras. Confieso que no sé qué decir. Solo sé que Pepe Pardo ha muerto. Y que la muerte, traicionera y cobarde, le ha llegado cuando menos lo esperábamos, cuando aún tenía cosas por hacer; cuando aún le restaba mucho amor por repartir.

José Pardo Cano, murciano de pro, trabajador incansable, hombre de bien, padre ejemplar, esposo fidelísimo, amigo entrañable y cristiano de hondura, se ha muerto en una noche aciaga y siento que, con él, se ha ido una buena parte de nuestra vida, de nuestros recuerdos, de nuestros sentimientos.

Nacido en Puente Tocinos el 10 de agosto de 1941, de una familia modesta, pero enormemente trabajadora, junto a sus padres y hermanos, empezó desde abajo y creó centenares de puestos de trabajo, en un auténtico imperio comercial que, con el nombre de Liwe España, ensanchó sus fronteras, asumiendo la presidencia, hasta conseguir su entusiasmado proyecto de cotizar en bolsa. Y, no contento, aún creó sus propias marcas y estableció una cadena internacional de tiendas en las que mantuvo el carácter familiar, contando con la preparación especial de sus hijos, hasta alcanzar cotas impensables y por todos reconocidas.

Como empresario, Pardo Cano es uno de los más destacados en la historia de Murcia. Pero es otra faceta, más popular, la balompédica, la que ha hecho de él uno de los murcianos de mayor renombre en los últimos cincuenta años.

Cuando en 1979, Moreno Jiménez se consideró incapaz de sacar adelante al Real Murcia, que había estado a punto de descender a Tercera, nos sorprendió a los periodistas citándonos en el hotel Hispano para presentarnos a su delfín. Era un hombre joven, 37 años, de reconocida solvencia empresarial, que confirmó a José Víctor como entrenador y que, en su primera temporada de gestión, llevó al Real Murcia a Primera División, en un viaje que repetiría dos veces más, convirtiéndose en el único de los siete presidentes que han ascendido al Murcia a Primera, que lo ha hecho en tres ocasiones, siempre como campeón.

La historia del Real Murcia alcanza su cenit con don José Pardo, que no solo fue campeón de Segunda tres veces, sino que, además, estuvo seis temporadas en la cumbre, consiguiendo la mejor clasificación (11º) de todos los tiempos. Durante su mandato, el Real Murcia se consolidó hasta el punto de que el propio señor Pardo fue directivo de la Federación Española, presidida por Pablo Porta. En esa época, tuvo el Real Murcia las mejores plantillas y los jugadores más destacados, incluidos mundialistas de Brasil y Argentina, como Touro Gil y Tata Brown, además de internacionales como Tendillo o Tente Sánchez, e incluso formó jugadores como Manolo, que, además de internacional, llegaría a ser Pichichi de Primera.

En el largo siglo de historia del Real Murcia, nunca fue más grande que durante el mandato de don José, al que casi treinta años después de su marcha, se le sigue llamando «Presidente». Porque Pardo Cano, no solo consiguió lo mejores resultados y ofreció los mejores jugadores, y hasta sentó a Kubala en el banquillo, sino que formó una extraordinaria directiva, reuniendo a un grupo de hombres que hoy le acompañarán, con lágrimas en los ojos, en su último viaje.

Pardo Cano se ha ido y, con él, se marcha uno de los más grandes amantes de Murcia y del Murcia. Porque don José solo amó a su familia más que a su tierra.

Hoy, al recibir la terrible noticia he recordado mi penúltima conversación con Pepe Pardo, hace unos días, cuando se le saltaron las lágrimas porque el Real Murcia no había ascendido. Y yo, que tuve el honor de ser su amigo, yo que gocé del regalo de su afecto, siento que se me ha ido algo más que un pedazo de mi historia y de la historia de Murcia.

Se ha ido un hombre bueno, que hizo culto de la familia y de la amistad, al que Dios -a quien tanto quería- habrá acogido con alborozo.

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