Anatomía de una ola racista
Pese a las dificultades que supone la convivencia entre culturas tan dispares en una población con un 31% de inmigrantes, la realidad es que Torre Pacheco y sus gentes han demostrado, salvo excepciones, que es posible compartir un mismo territorio respetando al prójimo, proceda de donde proceda y profese la religión que profese
Un cuarto de siglo después de la rebelión racista en la localidad almeriense de El Ejido, Torre Pacheco se ha convertido estos días en el epicentro de los ataques xenófobos de toda España. En el año 2000, el detonante fue el asesinato de tres vecinos del municipio andaluz en tan solo quince días por parte de dos personas migrantes, una de ellas con graves problemas psiquiátricos. Ahora, la paliza recibida por Domingo -un jubilado pachequero de 68 años que salió de madrugada a pasear a su perro-, a manos de un marroquí con la complicidad de otros dos compatriotas, ha dinamitado la convivencia entre lugareños y extranjeros que desde los años 90 se ha mantenido aparentemente en calma. Sin ninguna pretensión de caer en la utopía ni mostrarme ajeno a las dificultades que supone la cohabitación de culturas tan dispares en una población con un 31% de inmigrantes, la realidad es que Torre Pacheco y sus gentes han demostrado en general que es posible -por supuesto que habrá indeseables excepciones, como en todas partes- compartir un mismo territorio respetando al prójimo, proceda del país que proceda y profese la religión que profese.
Claro que no todo es perfecto en la cuna de los mejores melones del mundo. Como en la mayoría de localidades con elevadas tasas de migrantes, Torre Pacheco no se libra de la existencia de algunos barrios convertidos en guetos ni de centros educativos públicos donde los niños y adolescentes de familias murcianas constituyen una rara excepción, lo que provoca una importante brecha en el nivel de enseñanza y preparación de los alumnos, según vienen denunciando desde hace tiempo los sindicatos de profesores. Negar que hay un problema de integración social sería de necios, pero de ahí a identificar a los pachequeros con el enaltecimiento de 'cacerías' racistas como las del pasado fin de semana media un gran trecho; sería injusto y tremendamente simplista. Digámoslo alto y claro por si a estas alturas de la película todavía queda alguien confundido: los ataques fascistas registrados en Torre Pacheco fueron auspiciados, organizados y ejecutados por radicales de extrema derecha de fuera de la Región de Murcia, a los que se sumaron probablemente grupos de ultras autóctonos que abrazaron la excusa perfecta para saciar su sed de sembrar el terror entre aquellos con un color de piel diferente. Del mismo modo que acudieron a la escena de los enfrentamientos grupos de inmigrantes exaltados procedentes también de otros pueblos. Torre Pacheco como escenario de una guerra de bandas sobrevenida que a punto ha estado de acabar en una tragedia de mayores dimensiones, de no ser por el amplio operativo policial que, aunque tarde -todo hay que decirlo-, desplegó un Ministerio del Interior que no se tomó en serio las amenazas que corrían por las redes sociales.
Me resisto a pensar que, como sospechan ciertos sectores de la política, el ministro Marlaska improvisara una suerte de detonación controlada para desviar el foco mediático desde la cárcel de Soto del Real y el 'caso Koldo-Ábalos-Cerdán' a un rincón de España gobernado por la derecha y tomado por una ola de racismo alentada, entre otros, por Vox. Del Ejecutivo de Pedro Sánchez se puede esperar ya cualquier cosa, pero la integridad y profesionalidad de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado -en este caso la Guardia Civil- está fuera de toda duda. Dicho esto, la utilización partidista de los altercados está siendo la nota predominante desde el minuto uno de la crisis: la formación de Santiago Abascal endurece su discurso antiinmigración en busca de más votos en el ecosistema donde mejor se desenvuelve, el del campo y la agricultura; el PSOE agita el miedo a la ultraderecha y pone al PP a los pies de los caballos por sus pactos con los extremistas, además de movilizar al electorado socialista, aturdido y noqueado por los escándalos de corrupción; y los populares mientras se encuentran desubicados sin encontrar su sitio en este circo mediático en el que se ha visto atrapado Torre Pacheco, haciendo encaje de bolillos para condenar de forma contundente la violencia sin atreverse a censurar a los líderes de Vox que lanzan proclamas nacionalpopulistas que alientan y espolean el odio al inmigrante. No vaya a ser que luego necesiten pactar con ellos.
En cualquier caso, lo ocurrido en la localidad del Campo de Cartagena debería despertar del inmovilismo a los responsables públicos y hacerles reaccionar con la puesta en marcha de nuevas estrategias de integración laboral, social y cultural dirigidas a los colectivos migrantes tan necesarios para sostener la economía regional, una de las que a mayor ritmo crecen en el país, y la natalidad, determinante a la hora de proyectar y financiar el estado de bienestar del futuro.