Sentido común
La rampa ·
En el proceso de investidura casi todo argumento puede ser verdad, pero su uso interesado lo convierte en pura mentiraSabía que en su sueldo entraba la paciencia y comprensión ante las murmuraciones de sus subordinados y pronto supo que habrían de ser amigas las ... balas que recibiría.
Ya revisados los objetivos y asignadas las tareas, los 15 minutos para tomar el café en el bar de abajo, rito diario en el que era obligado criticar al patrón, eran aprovechados por el más hábil para, entre sorbo y trago, plantear hipótesis con las que de manera sibilina segaba la hierba bajo los pies del jefe al que no perdonaba que lo fuera. Él se creía mejor profesional que quien ahora le mandaba.
Estaba equivocado el sutil segador. Es verdad que era más sagaz, más ingenioso, más capaz quizá, pero no era mejor profesional porque «una mala persona no llega nunca a ser buen profesional», como proclama Howard Gardner, el profesor de Harvard, 'padre' de las inteligencias múltiples.
Desde la humildad del abismo intelectual que nos separa, comparto la teoría del profesor, la cual ya ha sido aceptada por muchos expertos en recursos humanos. En los oficios, no se alcanza la excelencia profesional si no se va más allá de la propia ambición. Es de sentido común. Y el concepto de sentido común se aplica a la sensatez en cuestiones prácticas, algo que hace que las personas sean razonables y que tomen decisiones basadas en la experiencia y en el bien común.
Es de sentido común que se facilite la gobernanza al cabeza de lista más votado; es de sentido común que la gobernanza del más votado busque el bienestar de todos, es decir, también de quienes no le han votado; es de sentido común que la renovación del Consejo General del Poder Judicial no esté sometida a pactos ni mercadeos: es una obligación. Simplemente. Y para acabar, de momento, la experiencia nos dice que cuando no hay sentido de pertenencia ni de traducir en hechos la palabra 'servicio', se da prevalencia al cargo que ya se tiene o al que se aspira. Los –y las– que siegan la hierba bajo los pies de Feijóo lo saben. Y los –y las– que no quieren perder el carguico, aplauden lo que 'trague', Sánchez.
De ahí que, en el proceso de investidura, casi todo lo que se dice de una parte y otra puede ser verdad, pero su uso interesado lo convierte en pura mentira.
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