Fuera de juego
Compraventa de amnistía o la madre de todos los esperpentos
Persona o situación grotesca o estrafalaria. Así define la RAE el significado de 'esperpento', cuya segunda acepción está referida a la técnica literaria que hace ... un siglo ideó y llevó al teatro don Ramón María del Valle-Inclán quien, en su obra 'Luces de Bohemia', vuelca críticas a la situación social y política de una España «condenada a no reconocer a sus próceres». El momento político actual me recuerda el esperpento valleinclanesco, porque no deja de ser extravagante que la formación de Gobierno dependa de los representantes de dos partidos que han perdido votos y escaños en las últimas elecciones.
A la extravagancia habría que añadir lo chuscos y grotescos que resultan los repentinos cambios de opinión, según convenga al señorito de turno. En este caso, a Sánchez, a Puigdemont y a sus respectivos adláteres, quienes nos vienen emitiendo sus particulares sondeos de opinión, en riego por goteo, hasta que la palabra 'amnistía' forme parte del vocabulario usual y, como todo lo repetitivo, pierda fuerza y se deforme. Hasta dos días antes de las elecciones de abril de 2019, Sánchez no podría dormir si pactaba con Podemos. Pero pactó. Y hasta dos días antes del 23-J, la amnistía era una 'línea roja' cuyo color, ahora, se ha desvanecido.
No quisiera insuflar retórica apocalíptica y 'antisanchista' –de eso ya se encargan PP y Vox–, pero a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Ponga el lector el que crea corresponder a que el presidente en funciones diga ahora que defiende la amnistía «por el bien de España». De momento, la más que probable amnistía viene bien a Sánchez y Puigdemont; ahora falta saber en qué nos vamos a beneficiar el resto de españoles. No sé...
Sí sé que quienes hemos sido educados en la humildad, la honradez, el compromiso, el cumplimiento de la palabra dada, la ayuda al débil, la solidaridad, la generosidad y todas esas hermosas palabras cuyos significados incitan al goce, nos encontramos fuera de juego. Nos han cambiado las reglas en mitad del partido.
Menos mal que mi núcleo familiar íntimo –compañera, hijos y nietos, mi gran tesoro– son mayores de edad y, por tanto, ya educados, porque si ahora tuviera que adestrar para la vida a un niño, no sabría si darle un libro de Dickens o un cuchillo para abrirse paso en la selva.
Desilusionado estoy.
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