Sin intimidad e intimidados
Sin quererlo, estamos cediendo nuestros datos personales a un poder opaco
Hoy es el tercer día consecutivo en el que me asedian las llamadas telefónicas de números desconocidos. Del orden de una docena por día. Alguna ... vez, por si acaso se trataba de algo interesante, he descolgado y preguntado quién llama, pero la respuesta ha sido el vacío. Los maldigo. Por otro lado, las buenas gentes nos aconsejan que cuando descolguemos no digamos '¿Sí?' porque los malos se quedan con ese 'sí' grabado y te lo aplican a alguna compra o autorización indeseada. Así que he decidido no responder a ninguna llamada telefónica si no conozco el número que, además, bloqueo.
Fuera ruidos.
Pero la pregunta inmediata es cómo saben mi número de teléfono si yo no les conozco. Quiénes son los que me acosan a llamadas. Pobre de mí. Se me ve el polvo de la dehesa. Cómo se nota que soy (fui) un niño de la posguerra criado entre carencias materiales (aunque educado entre abundancia de virtudes humanas). Todavía se me olvida que cuando usamos internet traspasamos datos personales a alguien que desconocemos, pero que los usa en beneficio propio sin nosotros saberlo.
Sientes entonces que te están vigilando, que están invadiendo tu intimidad. Te preocupas. Te intimida no saber en qué manos estarán y para qué usarán tus datos personales, tus gustos, tus entretenimientos, tus lecturas, los sitios de Internet que visitas para conocer o curiosear...
El acelerado avance de la tecnología hace temer que los datos, que sin quererlo transferimos a un poder opaco, nos deparen un mañana como el que vislumbró Orwell en su famoso libro '1984', una novela distópica donde imagina un futuro totalitario en el que el gobierno, llamado Partido Único, controla cada aspecto de la vida de sus ciudadanos, una sociedad donde se manipula la información y se ejerce la vigilancia masiva y la represión política y social, sometidos a la inquietante omnipresencia del 'Gran Hermano'. Manipulación, desinformación, intromisión... palabras y conceptos que no son el futuro sino la actualidad. Ya las padecemos.
Este tipo de preocupaciones son las que interesan al común ciudadano, el cual está ayuno de conocer si los gobiernos y sus correspondientes opositores se ocupan de ello. En los debates del Congreso español, no, desde luego. Sus señorías, erre que erre, están instaladas en la ceremonia de la confusión y el ataque personal que convierten el debate en un guirigay.
Vuelve a sonar mi móvil. Vigilado sigo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión