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Escribo este artículo el día que se conmemora el 80 aniversario del fin de la devastadora II Guerra Mundial, un día que recuerdo desde mi ... primera infancia. Sí, sí, a mis 6 años de edad, de entonces, aún resuena la alegría con la que mi padre y don Alfonso, el vecino del primero, comentaban el fin de tan horrorosa beligerancia, cuya resolución, con la derrota de Hitler, forjó un potente vínculo entre Estados Unidos y Europa, una conjunción de objetivos entre los que destacan la proclamación y defensa de los derechos del hombre y de las libertades.
Me viene a la memoria por la difusión de un manifiesto firmado por más de 350 historiadores en el que piden el apoyo a Ucrania, luego de que el ruso Putin, con zafios argumentos y mentiras, haya puesto a Europa en el centro de una guerra, y no solo en los campos de batalla sino también en el socavamiento de nuestra unidad con sus campañas de desinformación. Tan es así que los países miembros de la Unión Europea y de la OTAN están incrementando su gasto en armamento, una inquietante señal de adherirse a la teoría del 'si vis pacem para pabellum' (si quieres la paz prepárate para la guerra), algo que no hemos conocido en los 80 años transcurridos.
El 8 de mayo en el que tecleo este artículo de urgencia también es la fecha en la que el Cónclave vaticano ha elegido el nuevo Papa. Volteo de campanas, humo blanco y, a la espera de conocer el nombre del 'Papam' que 'habemus', los televidentes han entretenido el tiempo con el nuevo programa de la TVE, 'La familia de la tele', un remedo del 'Sálvame' con los mismos personajes o similares.
Menudo contraste.
Sindicalistas del ente público han salido en protesta. En un comunicado señalan que no están contra el entretenimiento, pero que «es inaceptable que se inviertan recursos públicos en este tipo de productos, mientras se limitan otros modelos orientados a la información y la cultura».
Un servidor está de acuerdo. Es plausible el empeño de RTVE por ganar audiencia. Lo está consiguiendo, pero un organismo público está obligado a huir de la zafiedad, a no potenciar el cuchicheo malicioso, ni gastar dinero en posibles asaltos a la intimidad.
Se llama telebasura, vocablo recogido por el Diccionario de la Lengua Española, que lo define como programas de la tele que son «zafios» y «vulgares».
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