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Hoy, Viernes de Dolores, día grande de Cartagena que honra a su patrona, la Virgen de la Caridad, recuerdo cuando, de niño y adolescente, la ... Mamá Carmen, abuela de mis primos hermanos con los que convivía, me recomendaba que, camino del instituto, me detuviera en la Iglesia de la Caridad y le rezase un padrenuestro a la imagen del Cristo crucificado que colgaba a la derecha de la entrada del templo. Y así lo hice más de una vez, sobre todo en época de exámenes, días en los que quería recuperar lo que, por vagancia y distracciones puberales, no había hecho durante el curso. Misión imposible, claro, aunque en vez de una hubiese rezado varias oraciones.
Valga lo anterior para dejar constancia de que, aunque ausente, sigo evocando esta festividad de tanto arraigo cartagenero, la cual me ha venido a la memoria porque hoy me propongo hablar de dolor. Del dolor del cuerpo y del dolor del alma.
Del dolor físico y crónico que padecemos uno de cada cinco españoles (que, dicho sea de paso, reclama más Unidades del Dolor en los hospitales) y del 'dolor de corazón' que provocan las noticias sobre matanzas de niños, fallecidos por bombardeos y también por hambre, sin olvidar los casos de corrupción y confusión, los cuales me hacen creer que camino por un páramo donde solo crecen la mala hierba y la mala leche de los ciudadanos que, resilientes, seguimos queriendo colaborar en la conversión de un mundo más justo, en la floración de unos dirigentes que brillen por sus virtudes humanas como la comprensión, la humildad, la generosidad, la fortaleza y la audacia de ejercerlas.
Haberlas, haylas. Pero...
Pero hasta que se hagan notar por encima de los Trump, Musk, Netanyahu, Putin y Cía, hasta entonces, solo nos queda la resiliencia, aumentar la capacidad humana de adaptarse primero y sobreponerse después a las situaciones de dificultad que vivimos.
Música, luz, flores, imágenes, portapasos, nazarenos, capirotes anónimos, desfiles penitenciales, prestos a enseñorearse de calles y plazas, bien podrían dedicar sus esfuerzos y amores a contrarrestar las desalentadoras noticias y abrir ventanas a la esperanza.
No queda otra.
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