Los saludadores en Murcia
L os saludadores, conocidos también como santiguadores, son curanderos dotados de un supuesto poder o gracia divina que les permitía curar a las personas y animales afectados por el mal de la rabia o hidrofobia, empleando para ello su aliento y su saliva, así como determinadas preces (regularmente encomendadas a santa Catalina de Alejandría o santa Quiteria), al tiempo, eran expertos en ahuyentar a los lobos. Ese don especial para curar la rabia lo tenían por alguna de estas circunstancias de su nacimiento, idénticos a las curanderas del mal de ojo: determinadas marcas de nacimiento, llorar antes de nacer, ser el séptimo hijo, haber nacido en Jueves Santo, Viernes Santo, Nochebuena o el día de la Encarnación, haber llorado en el vientre de su madre sin comunicárselo a nadie..., llegaron a estar en nómina en algunos hospitales y los obispos los sometieron a ciertas normativas.
En Murcia están presentes, al menos, desde el siglo XV al siglo XVIII. En el año 1454, la ciudad de Murcia envió a un jurado a la de Cartagena para contratar a una mujer de Almagro que era saludadora y que estaba allí para conjurar la langosta. Ya en 1480 los regidores del Concejo de la ciudad de Murcia abonaron 1.500 maravedís a un saludador a cambio de que este acabara con todos los lobos que recorrían la huerta y campo murcianos. Terminando el siglo XV el Cabildo otorgaba una ermita para vivir al saludador, ya que era pobre. A fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII se hizo famoso por tierras murcianas Andrés Hernández Rodríguez, conocido franciscano bajo el nombre de fray Andrés de la Rosa. Llegaba a Jumilla en 1576, trasladándose después al convento de Yecla en 1612. Aquí tomó fama de visionario, adivino y saludador, curando a numerosas yeclanas. A fines del siglo XVI, ejerció como saludador en Cehegín Juan de Espín, fallecido en torno a 1596, año en el que el concejo le paga una deuda a su viuda.
Avanzando en el tiempo, el saludador ampliará su ámbito de acción y no solo ahuyentará a los lobos o curará la rabia, sino también otras dolencias de diversa índole. Fulgencio Sevilla se preconiza en 1697 como saludador, al menos hasta 1745. Aporta como prueba que en presencia de los señores Don Alonso Pérez Monte y Don Luis Sala, regidores, y de Don Ignacio Muñoz, escribano del Concejo, ha pasado con los pies descalzos una barra de hierro encendida en la fragua y después incluso pasó la lengua por toda ella siendo, dice, un ascua. Ante estas pruebas ruega, a la Ciudad, se sirva concederle licencia para poder manifestar públicamente la gracia con la que ha sido elegido por Dios y para poder «saludar» a todos aquellos que necesiten de sus servicios para curarles enfermedades del cuerpo o del alma.
El saludador ha de pasar examen para demostrar una gracia que, al menos aparentemente, le viene 'del Más Allá', un 'oficio de lo portentoso', concedido por el Ayuntamiento de manera legal, por medio de licencia, como pueda hacerse con cualquier otra profesión. En las primeras décadas del 1700 María Manuela ejerció de saludadora en Murcia. Curaba las cefaleas imponiendo sus manos, soplando y aplicando saliva en la frente del enfermo, usando ciertos ensalmos. Años después serían examinados Juan de Cáceres (1729) y Pedro Soriano Alarcón (1729).
Por su parte, Antonio Catalán en 1730 solicitó al Concejo de la ciudad de Murcia licencia para saludar del mal de rabia en atención a la gracia que Dios le había dado. Le sucederán Salvador Cortés (1736). Manuel Ferrando solicita ser examinado en 1745. Lo pide al regidor Luis Menchirón, demostrándole que se ha pasado cuatro veces un hierro hecho ascua por la lengua y las plantas de los pies..., y que apagó un leño hecho ascua con la lengua, sin haber sufrido ningún daño, prueba inequívoca de que podía ser saludador.