Nos quitan el trabajo
Raro sería que los robots no encuentren la forma de no ser tus esclavos
El miedo a que los robots nos sustituyan en el trabajo ha llegado a los bares, que es el termómetro que antes suele anunciar el ... nacimiento de una nueva preocupación en el vecindario. Se lo decía la semana pasada un señor a otro durante el almuerzo, mientras yo esperaba un café y hojeaba un ejemplar del periódico del día anterior con manchas de aceite: «¡Nos van a quitar el trabajo, Manolo!», le soltó. La frase la subrayaba un vídeo que reproducía en su teléfono móvil, un clip de unos pocos segundos que pude reconocer porque acababa de verlo unos días antes. En él, una de las máquinas humanoides más avanzadas de la actualidad, el modelo Atlas de la compañía Boston Dynamics, se levanta del suelo tras una contorsión increíble, un robot que igual baila que da una voltereta o carga con grandes paquetes y del que acaban de anunciar nueva versión, que por supuesto, como cada año, es más delgada, más ligera y más ágil. Lo contrario que Manolo.
El miedo está ahí, lo que no está tan claro es que los robots vayan a querer nuestros empleos. Elon Musk calcula que, al ritmo actual de desarrollo de la Inteligencia Artificial, podrían ser más inteligentes que los humanos ya en 2026. Así que lo raro sería que no encuentren una manera de evitar ser nuestros esclavos.
Últimamente no dejan de llegar señales de que trabajar tampoco les gusta tanto. Hemos visto dos casos en el último mes. El primero se emitió a mediados de marzo en TV3, la televisión autonómica de Cataluña, y dio la vuelta a las redes. Ocurrió durante una conexión en directo en Alimentaria, la feria de alimentación de Barcelona, donde una reportera se disponía a mostrar el funcionamiento de una de las novedades tecnológicas más llamativas del encuentro: un robot camarero cuya principal novedad es la capacidad de hablar e interaccionar con los clientes. La periodista se acerca al prototipo y comienza una conversación donde todo parece marchar como debe: el robot le pregunta si tiene reserva, si quiere una mesa para ahora o para después y cuántos comensales son. Contestado todo, la máquina le pide que la siga hasta la mesa y comienza a moverse sobre unas pequeñas ruedas para, justo a continuación, acabar con su jornada laboral lanzándose por un escalón y estrellándose con gran estruendo contra el suelo ante la periodista y el responsable de la presentación, que solo alcanza a decir: «Ostras, no sé lo que ha pasado».
El otro caso acaba de suceder: un robot que realizaba una demostración en una convención en Chicago, donde entregaba cajas a los asistentes, se desploma tras 20 horas de trabajo sin descanso, más o menos como le ocurriría a Manolo. Nada que temer de momento. Veremos en 2026.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión