Borrar

Derecho a ser matado

Primero de Derecho ·

Es una actuación tan definitiva, tan irrevocable y absoluta, que no puede ser nunca algo sencillo, al margen de la opinión de cada cual

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 27 de diciembre 2020, 08:46

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Nunca es fácil hablar de la muerte. Hasta es difícil pensar sobre la muerte. Y más aún confrontarla. No hay certezas más allá de lo inevitable y, hasta entonces, apenas propósitos fútiles. Por eso, si individualmente resulta casi imposible asumir una realidad que no se puede entender, tampoco puede ser evidente, ni absoluta, la posición de la sociedad. Menos aún en cuanto a lo que el Derecho puede o debe ordenar. Y, sin embargo, el Derecho no puede ignorar lo que existe.

El nacimiento o la muerte son realidades mucho más fáciles de entender que de concretar como momento exacto y, sin embargo, el Derecho tiene que intentar definir esos estados. Y, mejor o peor, lo hace. En España, por ejemplo, muerto está, jurídicamente, tenga o no latido o respiración, como quien sufre muerte cerebral.

Aunque sea difícil definir este tránsito, más aún lo es regular la transición voluntaria a esa muerte: no solo dejarse morir, sino dirigirse decididamente hacia la muerte. Aunque sigamos cubriéndolo, entre incómodos y temerosos, con el velo indiferente de lo remoto, el suicidio es una realidad tan persistente como que los suicidios anuales conocidos –acaso muchos menos de los reales–, duplican cada año las muertes en accidentes de tráfico.

Pocas cuestiones se me ocurren en las que existan menos argumentos terminantes, o en los que sea más fácil no estar totalmente convencido de la propia posición. Aunque, quizá, sí pueda aportar algo de claridad el distinguir algunas realidades diferentes, a veces confundidas cuando la muerte y la eutanasia llegan al debate social.

En primer lugar, el suicidio de quien decide acabar con su propia vida y lo lleva a cabo por sí mismo, no es un acto 'ilegal'. Más aún. Si alguien con capacidad para decidir libremente decidiera suicidarse, no habría tampoco ninguna base legal para impedir coactivamente su actuación, por duro que pueda parecer.

En segundo lugar, sin que haya mayor certeza que la de nuestra inevitable muerte, antes de ella conoceremos la enfermedad y el sufrimiento de morirse, de uno u otro modo. En esa circunstancia podemos tomar decisiones sobre la intervención médica alrededor de nuestro morir. Podemos decidir no someternos a intervenciones o tratamientos que prolonguen nuestra vida, en cualquier momento.

Es posible, incluso, decidirlo previamente, y que quede constancia de ello en documentos de voluntades anticipadas. Pero también hoy se permite solicitar la intervención de un sanitario para paliar el sufrimiento durante los procesos más críticos. Es lícito hoy pedir a los profesionales sanitarios que administren un tratamiento paliativo, aunque acorte la vida que se tendría de no recibir tal tratamiento. Se trata de una ínfima variación en el tiempo por vivir; y, sin embargo, un cambio vital en el sufrimiento que soportar.

En tercer lugar, la eutanasia. No es lo mismo que no sea ilícito suicidarse, que aceptar el derecho al suicidio. En lo primero, simplemente existe la libertad como marco general de cualquier acto humano. En lo segundo, un derecho implicaría que pueda pedirse al Estado asistencia para la ejecución, para el disfrute de tal derecho. No se trata, en este caso, de un tratamiento contra el dolor que vaya a acortar días la vida de una persona, sino de matar a una persona. De privarle de todo, quitándole la vida. Es una actuación tan definitiva, tan irrevocable y absoluta, que no puede ser nunca algo sencillo, al margen de la opinión de cada cual. Es terrible, pero eso no excluye que pueda ser algo necesario.

Si se piensa que cualquiera sin impedimentos físicos puede legítimamente privarse de la vida, podría parecer una cuestión de igualdad, de remoción de obstáculos para los que pudieran sufrir tales dificultades, el ayudarle a morir.

Por otra parte, también podría pensarse, entre muchos otros argumentos, que cualquier facilidad podría promover un suceso nunca exento de tragedia. Acaso lo más difícil, el mayor desafío de cualquier ley, sea el constatar una voluntad real, completa, de llevar a cabo un acto que, en rigor, ninguno podemos verdaderamente comprender, cuando nos es imposible conocer el verdadero alcance de sus consecuencias.

Es difícil opinar sobre la muerte, aunque es útil tener claro el punto de partida de esta discusión. En cuanto a mis conclusiones personales, quizá sean mis escrúpulos los que me llevan a sentirme mejor en un Estado que no mata a nadie.

Pero aún peor me sentiría en un Estado en el que mis escrúpulos se impusieran sobre el sufrimiento de otro, si acaso hubiera una decisión libre, verdadera, de dejar a toda costa de sufrir.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios