Pobre niña rica
NADA ES LO QUE PARECE ·
Tantas joyas, tantas mansiones en su haber, y, sin embargo, de su mirada siempre emanaba una inconsolable tristezaLos personajes de carne y hueso, aquellos que existieron en la realidad, han servido, en no pocas ocasiones, de inspiración para los escritores de todas ... las culturas y épocas. Y más aún si se trata de gente seductora, famosa, extravagante o coronada con una aureola de ingenio que la distingue del resto de los mortales.
Baste recordar uno de los libros más genuinos del Nobel J. M. Coetzee, 'El maestro de Petersburgo', en donde, con toda suerte de detalles, recrea la imponente figura de Fiodor Dostoievski. En el cine hay casos parecidos. Woody Allen, por ejemplo, en 'Midnight in Paris', sucumbió al placer de reunir en una misma cinta, no demasiado afortunada, pero sí muy evocadora, aunque repleta de imperdonables anacronismos, a tipos de tan hondo calado para la historia de la cultura universal, que coinciden en la capital francesa durante la Belle Époque, como Francis Scott Fitzgerald o Hemingway, y, por la parte española, Picasso, Juan Belmonte, Dalí y Buñuel.
En la última novela de María Dueñas, 'Sira', que tanto interés ha vuelto a despertar entre los millones de lectores de 'El tiempo entre costuras', en cuyas páginas nació este cautivador personaje, queda retratado, en apenas un par de pinceladas, el destino, no siempre halagüeño, de algunos de los artistas y escritores españoles que, durante esa época, a mediados del siglo XX, andaban buscándose la vida en el exilio. Como el poeta Luis Cernuda, el pintor manchego Gregorio Prieto, el periodista sevillano Chaves Nogales o el novelista Arturo Barea.
Junto a todos ellos, otros personajes 'reales', de los que en verdad existieron durante aquel tiempo y que también aparecen en las páginas de 'Sira', son Evita Perón, a la que dedica un amplio espacio del libro, y Barbara Hutton, cuya personalidad e interés va creciendo a medida que avanza el relato. Se aprecia que a María Dueñas le interesa el personaje. Es más: puede que, incluso, haya llegado a pensar que quizá valga la pena retomarlo y convertirlo en protagonista en otra ocasión, más adelante. Quién sabe.
El caso es que de la Hutton, que vivió entre 1912 y 1979, se aportan los datos más relevantes de su existencia: desde su desmedida generosidad que –como bien apunta Dueñas– llegaba a rozar el absurdo (dedicó grandes sumas a obras benéficas y acostumbraba a regalar joyas y espléndidos vestidos a sus sirvientas), hasta esa malsana costumbre de coleccionar maridos, con siete matrimonios y otros tantos y bien sonados divorcios. Entre ellos, el de Cary Grant, el más comprensivo y cariñoso de todos los cónyuges, con el que vivió entre 1942 y 1945. Entre divorcio y divorcio, pasaron por su alcoba numerosos playboys y 'gigolós', incluso gente de la que se encaprichaba, como el torero español Ángel Teruel, y a la que le proponía, sin más protocolo, sin rubor alguno, acompañarla al tálamo.
La última parte de 'Sira' transcurre en Marruecos. En Tánger, la singular y caprichosa Barbara Hutton, que, siendo aún una jovencita, había heredado ciento cincuenta millones de dólares, decide instalarse en un palacio recién restaurado en donde, según sus biógrafos, recibía a los amigos sentada en un trono y ataviada con una tiara de esmeraldas. A María Dueñas le interesa, sobre todo, el contraste que existe entre una sociedad sumida en la mayor pobreza, que, a duras penas, intenta recuperarse de la recién concluida Segunda Guerra Mundial, y esta dama cuya descomunal fortuna terminó convirtiéndose para ella en un verdadero castigo. Tánger era el lugar perfecto: nadie le reprochaba sus excesos y, además, era un auténtico paraíso fiscal en donde estaban a salvo de impuestos sus finanzas.
Algunos periódicos de la época la bautizaron como la 'Pobre niña rica' ('Poor little rich girl'). Tantos millones en su cuenta, tantas joyas, tantas mansiones en su haber, y, sin embargo, de su mirada siempre emanaba una eterna e inconsolable tristeza. Razones no le faltaban: cuando tenía cuatro años, halló el cadáver de su madre en la suite de un hotel neoyorquino, donde se acababa de suicidar al no poder soportar las infidelidades de su marido. Después, vivió en internados, donde la despreciaban sus compañeras por ser una niña gordita y tener mucho dinero, o con sus abuelos, que murieron demasiado pronto para poder educarla; al margen de haber parido a un único hijo que murió precozmente.
La Pobre niña rica, sobre cuya desdichada vida escribiría una canción así titulada el comediógrafo inglés Noel Coward, pesaba cuarenta kilos cuando murió completamente sola, vencida por la anorexia, de un ataque al corazón, dejando en su desnutrida cuenta, sobre la que se lanzaron como buitres sus posibles herederos, la exigua suma de tres mil dólares, lo que no daba ni para un entierro de primera al que acudieron tan solo diez personas.
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