Vecinos
Contemplo la vida en su máxima expresión, sin una pretensión mayor que la de inventar vidas ajenas a partir de algún detalle mínimo
Me gusta mirar a los vecinos. No se trata de espionaje. No llega a tanto el melodrama, pero muchas veces me sorprendo a mí mismo ... pegado a la ventana de mi apartamento, con los ojos clavados en el cristal de en frente. Hay toda una liturgia de observación, no se crean. No es una cuestión de voyerismo. Yo contemplo la vida en su máxima expresión, sin una pretensión mayor que la de inventar vidas ajenas a partir de algún detalle mínimo. Los vecinos forman parte de mi cotidianidad. Aunque ellos no me conozcan, aunque piensen que soy solamente ese tipo que aparece, de vez en cuando, al otro lado de la ventana, sabría hablarte de ellos durante horas. Les he puesto motes. Por ejemplo, la vecina de la azotea, la que se pasa el día regando cactus y vive instalada en la veintena, aunque hace décadas que la abandonó, es llamada con un apelativo tan simple como la rubia. Hay otras rubias en el edificio, por supuesto, pero ninguna como ella.
Me decido a confesar esta filia porque coincidí hace unos días con Juan Mayorga en Murcia. Y, por supuesto, tras la conversación, la cena y la despedida no podía quedar indemne. Esa noche se representó una escena de 'El chico de la última fila'. El argumento es original y lo llevo dentro de mí. Un profesor desmotivado manda una redacción a los alumnos sobre su último fin de semana. Los chicos apenas juntan dos frases en media hora. El profesor está horrorizado y clama por la llegada de los bárbaros, esa que presagiaba Kavafis en boca de los griegos antiguos. Pero lee una redacción que lo cambia todo. Se trata de Claudio García, un alumno más bien tímido que cuenta cómo ha conseguido entrar en la casa de su compañero Rafael, algo que anhelaba desde hacía meses. Describe las dimensiones físicas y psíquicas del hogar, sus encuentros, la familia ajena, el aire burgués que desprenden todos los muebles. Y cuando habla de la madre, la describe con una mezcla de erotismo e ironía que bien vale el aplauso del público: «El inconfundible olor de la mujer de clase media».
La trama se complica con altas dosis de metaliteratura. El espectador no sabe si ve una realidad o escucha lo que un alumno está escribiendo a partir de su imaginación. Y en esa confusión soy muy feliz. Por eso vuelvo a mi ventana, los límites de mi reino encantado. Es lo que le da sentido a mi apartamento. Lo que me devuelve la vida prestada de los demás. No se trata de una escena de 'La vida de los otros', esa monumental película alemana en la que un agente de la Stasi pierde sus días espiando a los demás. Lo mío es el arte de la mirada. Contemplo sin incidir, sin juzgar. Apenas me llevo un fragmento de su cotidianidad. Ya me encargo yo de transformarla y de crear nuevos espacios.
Durante la mañana, cuando mi casa se queda sola, siento que la ventana padece una extraña orfandad de miradas
Por ejemplo, a la vecina de al lado nunca la he visto por la ventana, porque la arquitectura del edificio no me lo permite. Pero la escucho. Es bailaora profesional de flamenco. A las seis de la tarde se siente un ligero taconeo en la habitación de invitados. Entonces apoyo mi cabeza contra la pared, durante apenas unos minutos, para experimentar un concierto privado. Dura una hora el ejercicio. Yo apago la música y me relajo con el ritmo trepidante, hasta que el vecino de abajo, un señor que debe de trabajar en algún tipo de mafia, grita y golpea el techo con escobazos. Es la vida tal cual, las instrucciones de uso de las que habló Perec en una novela que aún me parece un monumento y que cuenta a las claras lo que es la vida.
Los mirones tenemos horarios, por supuesto. De madrugada aprecio el ritual doloroso del despertar de los demás, la selección de la ropa de la abogada del segundo, los paseos oscuros del vecino del tercero a su perro tobillero. Durante la mañana, cuando mi casa se queda sola, siento que la ventana padece una extraña orfandad de miradas. Pero por la tarde recupero el ritmo. Mientras escribo este artículo, por ejemplo, la vecina de la otra puerta aprovecha que sus hijas están en el instituto para dar rienda suelta a su pasión reencontrada tras un duro divorcio. Se aman y se escuchan amarse, con una libertad limpia y liberadora, sin saber que, al otro lado de las paredes, hay alguien que sabe, que se percata, que escribe los hechos que los forman, lo que les hace estar vivos, seguir respirando y actuando sin mirar atrás, el amor, el odio, el miedo, la felicidad, las dudas, todos los sentimientos que aparecen tras una ventana y que yo me encargo de anotar pacientemente. Porque los vecinos nos dan vida y nos hablan de la vida que llevamos.
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