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Cada época crea sus Olimpos, las alturas donde el ser humano aspira a llegar. Antes de que la tradición se convirtiese en burocracia, de que ... el arte del bordado se codificara hasta tal punto de depender para su éxito internacional de oscuros administradores más que de las sedas y el oro, en Lorca ya se cristalizaba esa forma de entender la vida a través del color y los matices. Ocurrió hace mucho tiempo. Tanto que ninguno de los que están leyendo esta columna estaba en el mundo para vivirlo. Como los viajeros que observan las pirámides de Egipto y se asombran de su envergadura y grandeza, el que se asoma al Manto Azul de Cayuela o al Paño de las Flores de Felices también siente una sensación de orfandad placentera. Algo les susurra que ese arte es insuperable, que ha estado ahí siempre, como los mármoles más antiguos, como los templos que resisten en lo alto de las colinas. Son nuestros vestigios. La prueba de que la historia existe y nos ha hecho grandes.
No necesitaron Cayuela o Felices de los inspectores de la Unesco para saber que estaban creando un nuevo lenguaje. Un lenguaje con sus reglas, con su gramática de matizados y punto corto, con su sintaxis de oro y pedrería y su vocabulario de seda. Lo hicieron en un tiempo ambiguo, henchido de pobreza y revolución social, a través de las manos de unas decenas de mujeres que pasaban sus horas libres de la casa y el marido sentadas en un bastidor apuntando el color con el se hablaría en el futuro. Esas mujeres, cuyos nombres hoy apenas recordamos, poco sabían de París, de la burocracia que un día traería a la ciudad tan preocupada, tan ansiosa de aparecer en la famosa lista del Patrimonio de la Humanidad. Bordaban y bordaban, haciendo aparecer un ángel misterioso portando una cruz vacía, un cielo al atardecer donde se reúnen todas las dudas de un hombre que está a punto de ser Dios.
Entiendo las aspiraciones actuales de querer ostentar la medalla de la Unesco en la solapa de todos los trajes de chaqueta, al lado de las palmas y las velas. Ese título para enmarcar en los talleres de bordados, junto a los bocetos del último manto proyectado. Es un sueño tan sugerente que uno puede hasta tocarlo con la punta de los dedos. Pero esos mismos dedos que señalan la luna no deben confundir el fin de este arte tan singular que ha nacido en Lorca. Lo importante no es entrar en los Campos Elíseos, ni a cualquier precio, ni en cualquier circunstancia, sino que el bordado lorquino sea reconocido por la Unesco por lo que es, sin tener que ajustarse a ningún estándar ni ninguna moda política.
La historia de nuestra Semana Santa con la lista del Patrimonio Inmaterial viene de lejos. Estuve presente en las primeras reuniones que se llevaron a cabo en París para tratar la candidatura de nuestra fiesta mayor. En la capital francesa, se recomendó a la comitiva política centrarse en el bordado, y no en la totalidad de la Semana Santa, al componerse esta de caballos, carros de tiro y demás situaciones que dificultarían la escalada al Olimpo. Ya saben, maltrato animal, celebración de lo religioso hasta niveles de fanatismo. Los nuevos tiempos quieren laicismo y corrección. Y hacia esa dirección fuimos los lorquinos, más santos, más laicos, para que nuestros bordados consiguiesen entrar en la bendita lista.
Caravaca lo consiguió. Lorca no. Los factores fueron múltiples. Tal vez las causas poco estudiadas. El sueño de la Unesco duerme durante estos años a la espera de volver a activarse. Y lo hará sin duda en un futuro cercano. Pero la cuestión esencial que deberíamos plantearnos como lorquinos y procesionistas es hasta qué punto merece la pena perder la identidad para conseguir el título de marras.
Hoy volvemos a tener dos presidentes, a ambos lados de la Corredera, que centran sus esfuerzos en la seda. El nuevo manto de la Amargura y el Palio de la Virgen de los Dolores son dos proyectos ambiciosos que aspiran a sentarse en la mesa de Cayuela y Felices. Ha pasado un siglo de nuestra época dorada y queremos acercarnos a ella sin separarnos de nuestra seña de identidad. El bordado en Lorca es religioso. Las sedas y el oro nacieron en este rincón de España para transmitir el mensaje de la Pasión de Cristo y la esperanza de nuestra salvación en su Resurrección. Es la cruz vacía del manto de la Dolorosa y el entierro llorado en el de la Amargura. La grandeza de los tiempos pretéritos se construyó sin salirse ni un ápice de este predicamento. La seda se borda en Lorca para hablar de Dios, vaya sobre un caballo o bajo un palio. Y si la Unesco encuentra este hecho desafortunado, podremos decir, entonces, que París no vale una misa.
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