La oreja de Malco
Apuntes desde La Bastilla ·
El Jesús de Salzillo es besado por Judas pero extiende la mano para detener la ira de Pedro. No lo consigueMe gusta volver a la noche del Getsemaní cuando llega la primavera. Se ha convertido para mí en un eterno retorno. Puntual, cuando el incienso ... inunda las calles, con las iglesias de toda España abiertas, y las hermandades montan sus simulacros de la Pasión, acudo a mi encuentro con esa oscuridad del huerto de los olivos. Nunca el hombre estuvo tan solo como aquella noche, que me ofusco en repetir en mi cabeza, sin ataduras, sin teologías, buscando el lado humano del pensamiento, acercándome a un ser que sufre y que dirime si acepta su destino, el de la Humanidad, o vive su vida con la tranquilidad de la insignificancia.
La escena es clara, perfectamente poética en sus personajes, en el tiempo en el que sucede. Veo los huertos manchados de olivos, las sombras que va arrojando la luna entre serpientes y pasos confusos. Ahí está Jesús con sus dudas. Ha reunido a sus discípulos. Les ha dado el pan de vida y el vino de su sangre. Ha festejado que su pueblo se liberó de la esclavitud y ahora está preparado para una segunda liberación. Su cuerpo sostendrá el dolor de las generaciones. Pero para eso aún quedan unas horas. Por el momento, Jesús reflexiona sobre la maldad del mundo, sobre las heridas que están por partirle el alma. Y mientras tanto, a su lado, la historia mantiene la respiración.
El demonio tienta con sus frescos racimos, diría Rubén Darío de otra noche. Sus compañeros de predicación están dormidos. No han sido capaces de velar la plegaria de su maestro. Suben ya las tropas de Caifás, con sed de venganza. Alguien les contó el lugar exacto en el que estaría el maestro. La hora precisa. El olivo definitivo. Cuando la luna está en su punto más alto, y más arrecian las dudas, más se escuchan los pasos pisando el polvo de la conciencia. Jesús acepta su destino, otorga a Judas el papel de traidor. Sin Judas no hay Pasión. No hay cruz, ni clavos, ni latigazos, ni María llorando en el Gólgota ni resurrección. Sin Judas no hay Cristo. Y ese peso lo lleva la religión a cuestas. El mal necesario. El héroe discreto de toda esta historia.
Pero esta noche del Getsemaní, mi noche particular, quisiera acercarme a una figura concreta que suele pasar desapercibida. Me refiero al siervo que acompaña a Caifás, que sostiene un arma en sus brazos y que prende a Jesús, bajo la égida de los bostezos de los discípulos. Los fieles ni siquiera han podido mantenerse despiertos. ¿Qué harán entonces sus enemigos? Hay rumores. Confusión. Forcejeos. Caifás grita. Judas besa. Los discípulos se resisten. Los guardias empuñan sus armas. Todo se mueve en una coreografía dramática menos Jesús, que espera, que mira, ya convencido de su destino. Y entonces Pedro rompe el equilibrio de la noche. Saca un cuchillo y golpea al sirviente de Caifás. Le hiere en la oreja. La desmiembra. Se derrama sangre sobre las raíces de los olivos. El Getsemaní se hace tragedia.
Es entonces cuando se produce el último milagro que obra Jesús en vida. Todos los evangelios mencionan el hecho, pero solo Lucas habla de curación. Solo Juan desvela su identidad. Malco, siervo de Caifás, el encargado de prender a Cristo, deja de sangrar por la herida y se convierte en la prueba evidente del poder de Dios. Arrodillado, tocando con las manos la sangre de una herida que ya no existe, observa cómo Jesús es conducido hacia la cruz. La historia ya no se puede detener, y Malco ha quedado fuera de la historia.
Nadie ha conseguido representar la escena con tanta maestría como Salzillo. En El Prendimiento, el artista murciano consigue recoger la ira de Pedro, no tanto por la detención, sino porque ha traicionado a su maestro quedándose dormido (y lo traicionará de nuevo antes de que cante el gallo). En el suelo está Malco, asustado, creyendo que está deteniendo a un simple agitador que días atrás había reventado los puestos del mercado del Templo. El Jesús de Salzillo es besado por Judas pero extiende la mano para detener la ira de Pedro. No lo consigue. No vemos la sangre saliendo de la oreja del sirviente. No escuchamos el acero chocando contra la carne. El grito ahogado de dolor. Las antorchas iluminando las serpientes del demonio, que contempla la escena con derrota, porque Jesús ha elegido ser Dios y no un carpintero, como Aquiles eligió ser un héroe y no un pastor. No vemos nada de eso en Salzillo pero está todo ahí, en los gestos, en las miradas, en la fuerza expresiva de la madera. La escultura contiene el último milagro de Jesús vivo. La caricia en la oreja del siervo que lo ha detenido. El cambio de paradigma de la humanidad. Esa noche, la ley del Talión se desangró en las raíces de los olivos y nació una nuevo pensamiento: «Todos los que recurren a la espada, a espada perecerán». Lo escribió Marcos. Y pocos parecen haberlo entendido.
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