Trabajo doméstico
¿Han probado a emular a una mujer en su casa, a acompañarla en su acción frenética algún día?
¿Han seguido durante todo un día el trabajo doméstico de una mujer en su casa?, ¿han probado a emularla, a acompañarla en su acción ... frenética algún día? Pues hagan la prueba e intenten trabajar a su lado. La mañana es larga y el día muy pesado. La primera vez que se lo planteen les dirán que solo van a quitarle el polvo a los cuadros del dormitorio y a los cuatro muebles que hay en la casa, pero muy pronto se darán cuenta de que eso no es así. Harán las camas de manera meticulosa, abrirán las ventanas y el balcón para que entre la luz y el aire, ordenarán los armarios sin prisa, volverán a pasar la mano tersa por la colcha en un delicado gesto de mimo, y de ahí pasarán al cuarto de baño y, ya dentro, el tiempo de limpieza se alargará hasta hacerse eterno. Porque una mujer en un cuarto de baño no tiene prisa nunca si se trata de limpiarlo y dejarlo como los chorros del oro, tampoco se puede descuidar el aseo y del mismo modo demorará la mujer su estancia de limpieza en él hasta estar segura del todo de que no queda un solo germen y de que huele como la primavera.
Reconozco y también ustedes tendrán que hacerlo conmigo que a estas alturas de la limpieza empezamos a estar muy cansados sus acompañantes porque no estamos acostumbrados a este tráfago, aunque todavía nos queda barrer, fregar y pasar la mopa al final del todo sin olvidarnos de que en los cuartos de baño y en la cocina es preciso hacer la limpiez con productos adecuados. Por supuesto que hemos hecho las camas de los tres dormitorios que no hemos nombrado antes, dormitorios de invitados y de los hijos y un despacho al menos; terminamos en el salón, la terraza y la cocina y a esas alturas ya vamos sudando, con mala cara, detrás de la parienta y pensando que en algún momento tendrá que cansarse, se sentará en el sofá, preparará un refrigerio con una cerveza para cada uno y nos lo tomaremos ambos sentados frente al paisaje calmo de la ciudad y del cielo.
Pero durante horas no tengo suerte y mi mujer no descansa, así que yo no decaigo y elevo mi ánimo como si estuviera en el tajo del campo o en una fábrica. Y, como de hecho yo he estado en esos sitios, puedo decir que no es más fuerte ese trabajo que este de la casa, que las agujetas son igual de intensas y que el estado de alienación cuando acabas es semejante porque ninguno de los dos te conduce a un porvenir brillante. La otra semejanza es estipular cuándo se termina la faena y qué estipendio se cobra por la misma, porque yo he trabajado en la huerta en muchas ocasiones sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser mi jornal, aunque al final siempre acabé cobrándolo, pues en una sociedad machista el dinero del hogar lo llevaban los hombres siempre por lo que era a ellos a quienes se les pagaba antes y sin falta.
Asimismo, he entendido que la faena de la mañana deberé llevarla a cabo al menos dos veces por semana y que cada día he de darle una vuelta a todo e intentar que no se me acumule el trabajo, porque luego siempre será peor. Ha sido una mañana dura, muy dura, y me temo que muy pronto tendré que volver a hacerlo, así que por un minuto me digo, como hice en su día mientras mi madre batía a mano la pasta con almendras de los suspiros en Navidad, aquella mujer de mediana edad, de complexión débil y estatura pequeña se empeñaba en batir aquella pasta hasta que poniendo la fuente al revés no se cayera nada al suelo, pero cuando intenté ayudarle y empecé a mover aquel engrudo espeso con la mano, me dije que era una locura, porque cada vez estaba más duro y cada vez me dolía más el brazo, hasta que, avergonzado, no tuve más remedio que dejarlo.
Algo así me ha pasado esta mañana con la Mariloli. Aunque me hubiese gustado, no estuve en la rigurosa gestación, en el parto doloroso y largo ni en la ardua educación de sus dos hijos que por cierto son estupendos, pero esos son capítulos para otro día, claro, porque lamentablemente no tiene remedio ya.
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