Racismo en el fútbol
Yo aconsejaría cambiar de ambiente y sustituir el balón y los goles por los tules y las gasas
Los que denuncian esta lacra no se percatan de que en el fútbol se han concitado y se concitan todo tipo de barbaridades salvo, por ... suerte, el asesinato, y no porque el público que acude a los estadios sea el peor y el más indigno, sino porque allí se encuentran las pasiones oscuras, la mala educación rampante, la falta de tacto y el fuego devorador de los que gritan y maldicen. Ahora recuerdo a mi tío Eugenio cuando decía que el mejor lugar para ver un partido era el sofá del salón de su casa, él que era un gran seguidor de este deporte y del Barcelona, cuando decía aquello, yo era era su sobrino preferido, no acababa de entenderlo del todo, tal vez porque a un joven lo que le entusiasma es el espectáculo y la bulla y no le molestan los sinsabores del griterío y de las malas formas.
Pero con el paso del tiempo uno se centra en lo más importante del espectáculo y quiere ver los detalles, gozar de cada jugada, como sucede en los toros, y en ninguna parte te ofrecen esta calidad como en la televisión, pues la cámara se coloca allí donde nos gustaría estar a todos y desde esa zona privilegiada se vislumbra todo, además de que nos retrasmiten las jugadas, nos las comentan y nos repiten lo más importante. En el campo alguna vez no nos enteraríamos cuando entra el balón en la portería ni cuando pita el árbitro un penalti, pero el fútbol, como deporte de masas, incivilizadas en muchos casos, como vienen siendo las masas desde antiguo, tiene también sus servidumbres: desde la grada cualquier indocumentado puede proferir un insulto o hacer algún comentario hiriente y nadie puede evitarlo.
Con la pasión de los goles y de la adrenalina, los espectadores no siempre reprimen sus instintos de un modo conveniente y echan fuera todos sus demonios como si se encontraran en un barrio de mala nota cualquiera, y ahí sí que resulta imposible controlar la naturaleza de nadie, porque los instintos se desbordan y los espectadores entran en un estado casi animal. De hecho se expresan en ese mismo lenguaje de aullidos, gestos y palabras malsonantes, quizás porque muchos van al fútbol a desfogarse por completo, quizás porque gritar e insultar de una manera desaforada sin un receptor puntual todavía no es un delito y, cuando salen del campo han dejado en él lo peor que traían y se encuentran como desposeídos, limpios de sus muchos pesares y aliviados porque se han despojado de todo aquello que no podrían haber hecho en otra parte, como si en la interlocución hubiesen hallado la clave para su extraña terapia.
Aunque hemos de reconocer que durante unos minutos el estadio de fútbol y su graderío no ha sido el sitio idóneo para aprender buenos modales ni para asegurar el cumplimiento y la observancia de los derechos humanos, no es el lugar en el que las minorías sociales tengan su espacio, ni mujeres ni razas ni individuos con problemas físicos o psíquicos están representados con dignidad en ese templo de las pulsiones y de los bajos instintos, más bien lo contrario.
Se trata del lugar en el que algunos se descargan de sus arreos animales y se olvidan por un tiempo de su más profunda naturaleza, así que con estos presupuestos resultan normales los altercados racistas que últimamente se están produciendo. Yo aconsejaría cambiar de ambiente y sustituir el balón y los goles por los tules y las gasas, los improperios por los tutús, la agresividad por la delicadeza sensible de unos bailarines que se deslizan y vuelan por la pista al son de una música bellísima con la magia del arte. No creo que en ese ambiente se escuchara ni un solo insulto nunca más.
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