Mucho miedo
Estábamos viendo en la tele las imágenes de los toros y de los mozos corriendo delante de ellos y nos estábamos viendo a nosotros mismos en plena Calle Mayor
Recuerdo que mi tío Jesús ya tenía tele por aquel tiempo, que mis padres estaban trabajando fuera y que mi abuela María, que se había ... quedado con los nietos, mis dos primas, Fina y Mari, y conmigo, nos llevaba a la casa de mi tío por la mañana porque en la mía todavía no había llegado la novedad del aparato donde veríamos los encierros de San Fermín.
Pero lo que recuerdo por encima de todo, además de la emoción de ir a ver el encierro en la mañana fresca de julio, en plenas vacaciones y eximido de cualquier responsabilidad, es el sabrosísimo sabor a chorizo del almuerzo, con matices de la carne de cerdo y el pimentón que nos preparó mi abuela con el pan del horno del Domingo y el plato de los embutidos que tenía mi tía Juana en la fresquera. Vimos el encierro y almorzamos con hambre mis primas y yo mientras mi abuela hacía sus cosas en la cocina y nosotros disfrutábamos de aquella hora excepcional en la pequeña y entrañable casa de mi tía. Veíamos los toros cubriendo el recorrido de las calles de Pamplona y nos volvíamos a casa por el mismo camino por el que habíamos venido, bajando por la calle del Cañico y subiendo después por el Castillo.
El espectáculo del encierro, las tempranas horas de la mañana y la pitanza sabrosa se han alojado en mi memoria durante todos estos años como una imagen vitalista y positiva, aunque el apetito voraz de la infancia también ha contribuido lo suyo, pero el caso es que me viene la escena a la cabeza con la sensación fresca de la mañana, el sabor apetecible del embutido y del pan y la emoción de los toros entrando en la plaza y, si insisto en mi evocación, alcanzo a recordar un almuerzo parecido al de la pequeña ciudad de Navarra acompañado de mis primas y de mi abuela, que eran siempre una compañía agradable y muy cariñosa.
Por supuesto que he vivido muchos sanfermines en la tele durante toda mi vida, de todos los colores y junto a mucha gente, pero aquellos de los que me acuerdo ahora son únicos, porque iba con mi abuela y volvía con ella, almorzado y con el encierro visto, con ese sabor especiado del fiambre en mi boca, las imágenes bizarras de la entrada de los toros y la mañana aguerrida de julio y con la seguridad casi absoluta de que ya no volvería a olvidar las imágenes de aquella mañana fresca en el aparato de televisión de mi tío Jesús, ni el sabor del pan y del chorizo con hambre y a aquellas horas y acompañado de mis dos primas, que les gustaban los encierros tanto como a mí.
San Fermín ha sido la otra gran fiesta brava de la que hemos disfrutado siempre y que tantos recuerdos nos ha creado, porque estábamos viendo en la tele las imágenes de los toros y de los mozos corriendo delante de ellos y nos estábamos viendo a nosotros mismos en plena Calle Mayor, así que junto a la emoción de cada día de nuestras fiestas, se unía a partir del 7 de julio la emoción de los otros encierros que sucedían en una ciudad del norte a la que pensábamos ir cuando fuéramos mayores de edad para correr los toros de verdad, y a la que ya sabemos algunos que no iremos nunca porque todos los sueños no se cumplen siempre y, como decía el Guerra, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, pero es que los toros son muy grandes y sus pitones muy peligrosos. Y nosotros tenemos ya mucho miedo.
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