Normas
ALGO QUE DECIR ·
Cuando oteo de lejos a la Guardia Civil me pongo tenso y me pregunto qué nueva ley habré violado y cuál será el castigoEs posible que ya con la edad me vaya fallando la memoria, aunque yo no he sido demasiado bueno para quedarme con las consignas, los datos y las fechas (apenas si recuerdo la del descubrimiento de América y la de nuestra guerra civil) y he tenido problemas serios para asimilar las tomas, las medidas y los horarios de las medicaciones que me han mandado un sinfín de galenos. En algún caso concreto hasta me amonestaron porque no me entraba en la cabeza que unas pastillas tocaban cada ocho horas después de las comidas y en días alternos y las otras dos veces al día en ayunas todos los días, o quizás fuera al revés, nunca pude quedarme con aquella cantinela.
Y ahora cada mañana nos acometen con directrices, informaciones, plazos y pronósticos que es preciso atender porque nos estamos jugando la vida y la de nuestros semejantes.
Para los más despistados, entre los que me encuentro yo, propongo arbitrar algunas medidas excepcionales, que no pasen de un modo obligatorio por la multa o la amonestación, sino que consistan en algo más sencillo. Un programa de móvil, una 'app' que nos vaya advirtiendo de cada nueva directriz, de las fechas en que entran en vigor, de las distancias, los días y las distintas instrucciones que se van promulgando cada hora, con sus enmiendas correspondientes, sus pasos adelante y sus pasos atrás, para que en cada momento seamos conscientes de si podemos o no podemos salir de casa, de si podemos o no podemos saltar y correr en la calle, de si podemos o no podemos sentarnos a una mesa junto a la puerta del bar donde fuimos tan felices, de si se nos permite o no se nos permite caminar por el paseo de la playa y ver el espectáculo majestuoso del mar, o hacerlo todo a mayor distancia para no tocar la arena pues no se sabe aún en qué día será posible hacerlo.
Es preciso, al menos yo lo necesito, que un mecanismo así me vaya avisando con criterio y conocimiento de las normas que se van estrenando, de las leyes que se van derogando, de los metros que cada día podemos añadir a nuestros paseos o de las personas que pueden acompañarnos, incluso de las copas de vino que se nos autorizará trasegar en los intervalos que el poder haya decidido para que ninguno de nosotros se pase de los diez vasos de vino al día o de los dos kilómetros o del imprescindible corte de pelo y tinte posterior.
No le tengo tanto miedo al virus, y podría sonar a pura frivolidad, como al hecho de equivocarme de fecha o de precepto nuevo y no poder excusarme ante las fuerzas de orden público. El otro día, de hecho, me pararon en el coche y me preguntaron dónde iba, les dije que a la casa de enfrente, donde resido en la actualidad, que venía de comprar comida. Aunque barajé la posibilidad de la farmacia y la del cajero automático, les abrí el maletero, al fin, donde llevaba el condumio, y me dejaron pasar.
Pero los días van transcurriendo, las leyes se modifican en el Congreso, cada día se descubre algo, se cambia algún punto o se mejora, y mi cabeza, cansada de soportar tanto vacío, no puede ir tan rápido; así que cuando oteo de lejos a la Guardia Civil me pongo tenso y me pregunto qué nueva norma estaré infringiendo, qué ley habré violado y cuál será el castigo por mi delito. No me quejo de que tengamos que acatar cada nueva disposición, porque todas obran en nuestro beneficio, me quejo de la tensión que me produce la constante mudanza, ese estado de provisionalidad en el que me hallo. Me quejo de que cada vez resulta más difícil vivir en paz.