¿Qué harías si ardiese el Museo del Prado?
Somos las exposiciones que hemos recorrido tanto como las películas que hemos visto, los libros leídos y los discos escuchados
Hace unos días, Antonio García Villarán, el primer 'influencer' de arte en español me planteó un reto: si tuviese que elegir qué museo ardía, ¿sería ... el Prado o el Reina Sofía? Yo opté por la tercera vía, es decir, el suicidio. No pude imaginarme en la situación de tener el poder de salvar uno de esos dos sitios mágicos de mi aprendizaje, disfrute y memoria. De mi vida, en general.
Hoy, Día de los Museos, cuando salimos a la calle a recorrer exposiciones, es un buen momento para preguntarse, como en 'La vida de Brian', ¿qué han hecho los museos por nosotros? Hay quien no ha ido nunca a uno, quien solo va cuando viaja en vacaciones, quien se pasa la vida en ellos y quien trabaja allí, así que la respuesta será variopinta. Como no tengo otro ejemplo cerca, hablaré de mi experiencia en los museos y sobre la relación que mantengo con ellos.
Un museo, más allá de las definiciones del ICOM, es un lugar para formar un concepto del objeto en su relación con la historia y las corrientes estéticas. Es decir, vemos una piedra dentro de una vitrina y decimos: vale, es valioso. La piedra no es bonita, pero la antigüedad tiene un cierto rango moral, así que nos atrae. El siguiente paso es pensar el tiempo del que viene, con lo que la imaginación se implica en este diálogo con el pedrusco. Entonces, en la pared, vemos un cuadro y decimos, vale, está en un museo: es valioso ¿por qué? Primero nos preguntamos si nos gusta y, según la respuesta, lo incluimos en nuestro imaginario o lo denostamos. El desastre es que uno de esos objetos no nos despierte ninguna emoción o reacción. Vamos viendo más objetos, y esquemas si el museo es bueno y leemos textos pegados en la pared. Al acabar ese edificio, con los objetos que atesora, nos ha contado una historia, por lo tanto nos ha hecho más ricos y mejores. Yo soy lo que soy gracias a ellos. En los museos he ido aumentando mi sensibilidad, conocimientos y el profundo amor por el ser humano, capaz de producir esas cosas tan bellas como los cuadros del Prado o tan aterradoras como el U-boot alemán que guarda el Museo de la Ciencia y la Aviación de Chicago o tan venerables como el convento de las Descalzas en Madrid. Amo con todas mis fuerzas los museos y ha sido bonito ver cómo mis hijos, después de años de talleres en el MUBAM o Arqueológico hoy transitan los museos con normalidad, los visitan y les interesan. Aprenden como yo.
La vida me ha puesto en la maravillosa situación de trabajar con museos pensando y haciendo exposiciones. Amo también eso porque hay algo fascinante en trabajar de manera feroz, mover un equipo y medios para levantar una arquitectura efímera que se desmonta a los dos o tres meses. Esas exposiciones son también necesarias en mi vida. Somos las exposiciones que hemos recorrido tanto como las películas que hemos visto, los libros leídos y los discos escuchados. Dentro de nosotros está todo eso, nuestra forma de transitar la vida está condicionada por estos factores. Fijaos si son importantes las exposiciones y los museos.
Todos tenemos una especie de lista o top ten de exposiciones que nos han marcado por distintos motivos. En mi caso algunas ocurrieron antes de que naciese, como el Pabellón de la República en la Exposición de París de 1937 o los Encuentros de Pamplona en 1972, eventos que he estudiado toda mi vida y que han influenciado mi trabajo y el de Carolina en la distancia. Luego hay otras que visité y me cambiaron la vida. 'Pietro de Cortona' en el Palacio Venecia en 1998, 'Cocido y Crudo' en el Reina Sofía en 1995, la llegada del 'Guernica' al Prado en 1981... son decenas, si no cientos. En Murcia hubo también muchas que me cambiaron, como las primeras 'Contraparada'. No solo estamos hechos de las grandes muestras, y así la visita constante a las galerías de arte es necesaria para no perder la noción del arte de nuestro tiempo.
Hacer una exposición es contar una historia con objetos. Hace ya muchos años se puso de moda un término desafortunado; relato. Lo sacaron los políticos de algún desván y todos los demás sectores lo adoptaron, empobreciendo el idioma, como ocurre siempre con estas muletillas. Esa historia que se cuenta debe ser buena, si lo que se ve es solo forma, el disfrute es solo en un plano estético, que no está mal. Cuando esos objetos consiguen narrar algo y el espectador hace el esfuerzo por llegar a entender esa historia todo es mejor. La mejor exposición es aquella en la que la historia se defiende con la suma de todos los objetos que la cuentan y cada uno, individualmente, se defiende también solo. Contar una buena historia con objetos malos es posible, pero no deseable.
Y amo las tiendas de los museos, que me dan los catálogos, esos libros de los que estoy especialmente hecho. Esos tesoros de imágenes y textos que guardamos en casa y, cada cierto tiempo, sacamos de la biblioteca para, en el regazo, hacerlos compañeros de tardes tranquilas.
En definitiva: que si se tiene que quemar el Prado, el Reina o yo, que me preparen la pira.
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