Un coche arde en la puerta de un hotel
Todo se está volviendo un símbolo: hay que ir de uniforme, leer el periódico de los tuyos y, por supuesto, defender a los tuyos
Siempre he estado muy a favor del infierno. Sé que el Papa dijo hace poco que «el infierno no es un lugar» sino «un estado», ... pero la idea de que los malos paguen en algún sitio eternamente es lo poco que nos queda ante monstruosidades como el genocidio en Gaza. Desgraciadamente la mayoría de genocidas mueren en sus camas rodeados de su familia y aclamados por sus oligarquías y, aunque el cine y las series digan lo contrario, miles, millones de violadores y asesinos no serán castigados por la justicia. Que exista el infierno debe ser el único consuelo para la familia de Marta del Castillo, por ejemplo, o para los que vieron asesinar a sus padres y maridos a manos de ETA. Luego, en mi imaginación, hay un infierno especial para todo el que maltrata a un niño. Su castigo en la eternidad debería ser distinto y refinado. Sé que mi sentimiento no está bien, pero hay cosas que no se pueden ni olvidar ni perdonar.
Abro internet. Una imagen perfecta me descoloca. En letras doradas la entrada de un hotel grita 'TRUMP' y debajo, a la derecha, en una perfecta paralela bien estudiada para que entre en las fotografías, arde un Tesla Cybertruck. Trump y Musk arden juntos simbólicamente para la foto en el primer día de 2025. Este es el primer atentado postestructuralista del año. Parece haber sido diseñado por un artista en lo que a la estética se refiere y un semiólogo en los significados: significado y significante, Foucault, etc. La efectividad está en el discurso, no en las víctimas, con lo que cuestiona la estructura tradicional del terrorismo. Empieza el año de las maravillas con alguien que ha querido asesinar a Trump y Musk asesinando sus marcas. ¿No sería maravilloso que el terrorismo, a partir de ahora, actuase así, en las ideas o los productos y no en las personas?
Veo los 15 muertos en Nueva Orleans. Me preocupa mucho el renacer de ISIS, pero me obsesiona la explosión del Tesla. Pensemos que la construcción de la democracia estadounidense tiene entre sus pilares las Ley Sherman Antitrust de 1890, que frenaba el poder omnímodo de los magnates mineros e industriales de principio de siglo. Con ello se pretendía evitar las limitaciones al comercio, el control de precios y, en definitiva, los monopolios y el poder descontrolado de los magnates: la gente, y el libre comercio, estaban por encima de los más poderosos. La llegada al poder de Trump y Musk es el fracaso de esa idea fundamental. Es muy fácil que una parte de la población sienta que muere su idea de país, lo cual no justifica ningún atentando, por supuesto, pero el trauma es enorme desde un patriotismo que va a ir mostrando distintas caras a medida que los dos copresidentes vayan arrasando el Partido Republicano. El año de las maravillas va a traer muchas sorpresas de todo tipo y casi ninguna buena.
Pero vamos al coche que explotó en Las Vegas, el Tesla. Yo tengo uno, y me gusta. Me compré un coche pero ahora tengo el símbolo más confuso posible. Por una parte es un producto de Elon Musk, el gran modelo del turbofascismo (me encanta este neologismo y me asusta lo que significa) que va a tener el poder en Estados Unidos, razón por la cual en las grandes ciudades como Nueva York la gente los raya con las llaves o los pinta con espray, como si poseer un Tesla te convirtiese en un trumpista. Es decir, en Estados Unidos es un símbolo de una derecha muy escorada en un país que a veces parecen dos, de hecho en Texas tener un Tesla es de buena nota y nadie los raya. Pongo un programa de Iker Jiménez en la tele y lo veo junto a un vendedor de coches con el que colabora mostrando los desastres que provocan los Tesla. De una forma casi obsesiva dedican día sí día no una sección a atacar la marca de Musk. Todos los coches eléctricos pero los Tesla con especial fruición. Convendremos que Iker está muy cerca de Trump y Musk ideológicamente, pero él y una notable cantidad de medios de comunicación atacan sistemáticamente los Tesla como símbolos de la electrificación, como parte de la Agenda 2030.
Es decir, si conduzco un Tesla soy, a la vez, un turbofascista y un esbirro de Pedro Sánchez.
Me gusta mucho esa cita tan manoseada de Gramsci: «El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». Estamos en ese claroscuro en el que hay demasiadas cosas indefinidas mientras otras tienen una definición excesiva. Voy leyendo en los augurios de la época señales preocupantes, como la necesidad de alinearse, y una buena prueba de ello son las campanadas televisivas, pero es que todo se está volviendo un símbolo sin darnos cuenta: hay que ir de uniforme, leer el periódico de los tuyos, ver los programas de los tuyos, llevar las marcas de ropa de los tuyos y, por supuesto, defender a los tuyos por encima de cualquier verdad dolorosa, aunque sean Carlos Mazón o Ábalos.
Una idea inquietante: ¿y si en los 90 alcanzamos la cima de nuestra escalada como sociedad y desde entonces hemos empezado la lenta decadencia? Y otra: imagino a Nicola Tesla mandando al infierno a los que han arrastrado así su nombre.
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