Borrar

La mujer imprescindible

'Cien años de soledad', de García Márquez, roza la perfección, pero este milagro literario nunca hubiera podido suceder sin la colaboración de su esposa

Martes, 20 de octubre 2020, 00:53

A Gabriel García Márquez el Destino le deparaba la muerte en el año 2014, pero le permitió elegir el día. Y él optó por Viernes Santo, como lo haría uno de sus personajes míticos que retuercen la realidad para adaptarla a sus deseos y premoniciones. Mercedes Barcha, su esposa durante más de medio siglo, ha fallecido en agosto de 2020 el día de la Virgen de la Asunción, otra fecha de las que no se pierden en el maremágnum del calendario. Y los dos abandonaron este mundo exactamente a la misma edad, 87 años, sobreviviéndole ella los seis &ndashni uno más ni uno menos&ndash que separaban sus nacimientos, para compensarlos en una igualdad final que cerrara un círculo perfecto, dominando mediante un sortilegio al Tiempo ingobernable.

Cuenta el propio escritor que le propuso que se casaran ya en la adolescencia, aun entendiendo los dos que se trataba de una metáfora, por lo que siguieron encontrándose de un modo esporádico y casual, sin haber sido nunca novios sino una pareja que esperaba sin prisas y sin angustias que la metáfora, inevitablemente, se convirtiera en realidad, como así sucedió en 1958 al celebrarse la boda. Y hasta que la muerte de él los separó, constituyeron un matrimonio monolítico basado en el esfuerzo constante, renovado día a día, porque, como dice un personaje de una de sus novelas, «también el amor se aprende».

A principios de 1965 se dirigía García Márquez a Acapulco con su mujer y sus dos hijos cuando, en sus propias palabras, «me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y desgarrador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera; no tuve un minuto de sosiego hasta que regresamos a México y me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: 'Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo'. Desde entonces no me interrumpí un solo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo lleva el carajo».

Poseído por la fiebre agónica del que nació para narrar historias y no puede escapar a su destino, durante dieciocho meses levantó una catedral de palabras en torno a un pueblo, Macondo, y una familia, los Buendía, que, estoy seguro, permanecerá incólume como un hito fundamental del genio humano de cualquier época. 'Cien años de soledad' es un corpus que por su coherencia y profundidad roza la perfección, esa perpetua ambición humana que solo los dioses alcanzan. La impresión que el lector se llevará consigo para siempre será que el autor ha logrado atrapar en la red de las palabras la esencia decisiva de la vida, transmutándola en belleza y explicándola con la luminosidad y sencillez de una verdad inmutable. Y descubrirá que García Márquez es en efecto el demiurgo suplantador de Dios que ofrece para su consuelo a los pobres mortales una interpretación hechicera y totalizadora de la existencia humana. El coronel Aureliano Buendía, su gallo y sus pescaditos de oro, sus innumerables guerras siempre e irremediablemente perdidas; el gitano Melquíades, con su sombrero negro de ala ancha y su cualidad de fantasma; Úrsula, gobernando la casa durante más de cien años y hablando con los espíritus por las habitaciones; José Arcadio Buendía amarrado al castaño en su demencia; todos ellos son más reales para mí, a pesar de su leve corporeidad de meras palabras, que muchas personas que conozco: tal es el inmenso poder de la auténtica Literatura.

Pues bien: este milagro literario nunca hubiera podido suceder sin la esencial colaboración de Mercedes Barcha. Su marido abandonó el trabajo de periodista y vendió el automóvil que poseía, en la seguridad de que el dinero que le reportara aseguraba la supervivencia de la familia durante los seis meses que calculó le llevaría escribir el libro. Pero el plazo se triplicó y alcanzó el año y medio. Entonces ella, sin que él lo supiera, logró al fiado lo que necesitaban, incluidos el papel y el tabaco imprescindibles para la escritura, se ocupó de todo, en definitiva, para que él pudiera culminar una novela que además ella nunca quiso leer hasta que estuvo editada: tal era su fe en su talento. Solo al final, cuando se dirigían a enviar el manuscrito con la esperanza de que se publicara, se permitió una ironía liberadora: «Ahora sólo falta que la novela sea mala», le dijo.

Por el amor inconmensurable que sintió, por la comprensión constante que ejercitó, por la paciencia infinita que demostró, por la inteligencia clarividente que propició la creación de una obra para la eternidad, para mí Mercedes Barcha siempre será la mujer imprescindible.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

laverdad La mujer imprescindible