Quiénes mataron a Jesús de Nazaret y por qué
No murió por una misión salvífica espiritualista, sino por una salvación que pasaba por la liberación de los pobres
Llega la Semana Santa y por fin salen las procesiones, y ya podemos disfrutar de la presencialidad y todo lo que conlleva la vida cofrade. ... Es una gran alegría, sin olvidar que la pandemia sigue con nosotros y continúa causando sufrimiento. Seamos responsables. De alguna manera, en la Semana Santa se pone más el foco en el Viernes Santo, la Pasión y Muerte de Jesús, que en el Jueves Santo o el Domingo de Resurrección. Por eso, quiero aportar una reflexión sobre la muerte de Jesús centrada en quiénes lo mataron y por qué.
Primero, voy a descartar una teología que afirma que el ser humano es tan pecador, que el pecado del mundo es tan grande, que solo se puede borrar con la sangre de Jesús, el Hijo de Dios. Es una teología que prescinde de todo lo histórico, de todo lo que ocurrió y, de alguna manera, prefigura a Jesús como alguien que va buscando la muerte, porque tenía que morir para salvar el mundo. Considero que Jesús de Nazaret no buscaba la muerte, se la encontró por todo lo que anunció de palabra y obra. Sería un Dios cruel y despiadado porque exigiría la muerte del Hijo.
Lo primero que hay que entender es que, desde la fe trinitaria, el Hijo de Dios se encarnó, Dios con-nosotros, en Jesús y su misión se recoge con toda claridad en el pasaje bíblico de San Lucas 4, 18-19: «El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha enviado. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor». Empezamos mal para un sistema basado en un poder absoluto de las élites sociales, religiosas y militares, que oprimía al pueblo de una manera brutal.
Jesús ofrece un Dios diferente, un Dios en el que, para amarlo, solo existe un camino y es el camino del amor al prójimo sin excepción alguna; lo digo por los que desprecian o aprecian a las personas según su origen o nacionalidad. A este amor al prójimo como único camino para llegar a Dios, se une el mensaje del perdón, de la caridad y de la construcción de un Reino de Dios basado en la justicia social, la paz, la ternura, la misericordia y la bondad. Jesús no se quedó en un discurso demagógico, sino que lo hizo vida, y, por eso, el pueblo creyó en él, sobre todo, porque ese mensaje conllevó enfrentamientos continuos con los poderes religiosos, que hacían de la religión un negocio y una alienación, y con los poderes políticos y militares, que sometían al pueblo al dictado del imperio romano. Si Jesús viviera hoy se enfrentaría, desde ese Reino de Dios, a los imperios de Estados Unidos, China y Rusia, las grandes potencias y las multinacionales.
Aquí tenemos la respuesta de quiénes lo mataron y por qué. Jesús no murió por una misión salvífica desencarnada y espiritualista, sino por una salvación que pasaba por la liberación de los pobres, de los enfermos y de cualquier persona que sufriera las injusticias, que su dignidad fuera pisoteada. Un Jesús que convierte la vida humana en vida sagrada y que arremete contra los que atentan contra ella, señalando a los verdugos, con nombre y apellido, a sus instituciones, y posicionándose en favor de las víctimas. El detonante fue cuando el poder, en este caso el poder religioso, percibe que Jesús ha conquistado el corazón de la gente, que le ha dado un alma para cambiar la sociedad desde la fe que exige la justicia social y la fraternidad. Un poder religioso que no puede volver a permitir que Jesús entre en el templo de Jerusalén y lo llame «cueva de ladrones». ¿Cuántos lugares de ámbito religioso se han convertido en espacios de negocio y en ofrecer una visión mágica de la fe y fetichista? La maquinaria del poder se puso en marcha hasta crucificarlo.
El Jesús Crucificado nos sigue llamando a la conversión, no quiere que nadie muera, para que construyamos ese mundo que Dios soñó, ese mundo con un horizonte donde se conjuguen los verbos amar, perdonar, respetar y compartir; un sueño que para la sociedad actual, como siempre, es un sueño revolucionario y subversivo, que hay que encerrar en rituales, templos, imágenes y represión política. Un sueño que no pierde la esperanza en el ser humano. Para los creyentes, la última palabra la va a tener el Dios de la vida, no los poderosos.
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