Loa a un maestro
Muchos nos aficionamos a los toros gracias al «rubio torero de Lorca». Él nos inició en una cosmovisión de la vida irrenunciable ya para quienes ... logramos habitar «el secreto». Porque sin emoción no hay memoria. Y porque, tal como sostenía el poeta, nada hay más vivo que un recuerdo, nos conmueve evocar su figura y ofrendar nuestra más sincera gratitud el día en que la Unión de Abonados de la catedral del toreo rinde homenaje a quien conquistó el muy honorable título de «torero de Madrid».
Las ocasiones que experimentamos la dicha de verle torear nos abrigan, aún hoy, el esportón del alma. Tuvimos el privilegio de acudir a presenciar su voluntad torera muchas veces. Donde más, en Lorca y Madrid. Y, de su mano, comprendimos pronto el axioma de Vicente Aleixandre que ser leal a uno mismo es el único modo de poder serlo con los demás.
Vestido de torero, tenía Pepín Jiménez el distinguido porte de estatua que Lola Arcas inmortalizó en bronce. Encarnaba el misterio y el magisterio. La elegancia natural. Y le adornaba, con discreta sencillez, algo tan raro de hallar como la virtud de la personalidad cultivada en la originalidad individual.
Recordar es volver a vivir, a veces con nostalgia. Pero, como decía Cesare Pavese, la nostalgia sirve para recordarnos que, por suerte, también somos seres frágiles, sensibles. ¿Quién podría, entonces, resultar impasible a la conmoción de la belleza que reverbera su toreo? Nadie que tenga la sensibilidad de apreciar sus naturales de frente a pies juntos y la capacidad de enaltecerlos como obras únicas, genuinas e inmarcesibles.
En nuestros días, el maestro acaricia la fortuna de sentirse querido y respetado por la afición. Y la hondura y la pureza que inspiraron su concepto legitima vocaciones de no pocos discípulos. Especialmente de Paco Ureña que, esta misma tarde, le brindará personal tributo en el ruedo en el que años atrás él dictó magisterio. Cabe imaginar la singular emoción de Pepín Jiménez. Y la de cuantos allí nos congregaremos hoy, con renovada esperanza, ante la posibilidad de que se nos revele, de nuevo, como alumbró Francisco Brines, la súbita presencia del arte.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión