Sueños para el nuevo año de una persona normal
En el umbral de un nuevo año, cada persona común y corriente, se detiene un momento a soñar. Son esos sueños, a menudo sencillos pero ... profundamente humanos, los que dan forma a nuestras esperanzas y marcan el rumbo de nuestros deseos. Entre brindis y abrazos, en el calor del hogar o en la serenidad de la noche, nuestros anhelos se entretejen con el murmullo de nuestras ilusiones.
En la penumbra del anochecer, cuando el silencio comienza a extender su dominio, una persona normal, de rostro anónimo, cierra los ojos y se sumerge en el inmenso océano de sus sueños. Es en este tenue dominio donde lo rutinario se funde con lo extraordinario, donde el horizonte se expande más allá de donde nos permite la vista, donde se revelan los anhelos profundos que yacen en el corazón humano.
Deseamos, ante todo, lo que sostiene la vida cotidiana: una buena educación para nuestros hijos, una sanidad pública que nos cuide con dignidad y prontitud, y la seguridad de llegar a fin de mes sin agobios. Queremos, también, reservar un rincón para disfrutar con la familia, aunque solo sea un respiro de días en los que el reloj se detenga y podamos saborear juntos los pequeños placeres.
Pero si ahondamos un poco más, descubrimos sueños que trascienden lo inmediato. En el silencio de la noche, cuando el mundo exterior se desvanece, imaginamos un futuro donde nuestra existencia deje una huella que perdure. Quizá no en los libros de historia ni en grandes monumentos, sino en la memoria de quienes amamos, en un acto de bondad o en la herencia de una vida vivida con propósito, con sentido. Soñamos con crear algo que trascienda, una obra, una idea, o incluso un legado de valores que ilumine el camino de quienes vienen detrás.
Nuestros sueños nos llevan también a conectar con los demás. En un mundo a menudo dividido, deseamos tender puentes, disolver prejuicios y construir sociedades donde reine la comprensión. En este escenario onírico, no somos individuos aislados, sino partes de un todo, unidos por un hilo invisible de respeto y empatía.
A medida que soñamos, surge en nosotros una profunda preocupación por nuestro planeta. Visualizamos ciudades más verdes, mares más limpios y un mundo donde cada ser vivo tenga su espacio. Este anhelo nos recuerda nuestra responsabilidad compartida y la necesidad de cuidar aquello que nos ha sido dado y que nos sustenta.
En lo profundo de la noche, cuando el mundo exterior se desvanece, nuestra persona normal se adentra en los extensos paisajes de su mente, explorando las profundidades de su ser. Deseamos conocernos mejor, entender nuestras inquietudes y encontrar esa brújula interna que nos guíe con firmeza pero con cariño, permitiéndonos vivir de acuerdo con nuestros valores más profundos y auténticos. En un mundo, a menudo caótico y confuso, nos vemos explorando nuestras capacidades, aceptando nuestras limitaciones y creciendo, no solo en lo que hacemos, sino en lo que somos.
Y, por supuesto, soñamos con la paz. Imaginamos un mundo donde los conflictos se resuelvan con palabras, donde la justicia no sea una promesa sino una realidad palpable, y donde cada ser humano viva sin miedo. Este sueño, que parece tan lejano a veces, sigue siendo una aspiración que nos une, porque todos deseamos un entorno seguro y justo para quienes vendrán después de nosotros.
En medio de estos grandes anhelos, no olvidamos los pequeños y sencillos: reír con los nietos, disfrutar de un paseo bajo el sol, saborear una comida casera bien preparada, etc. Estos sueños nos recuerdan que la felicidad no siempre se encuentra en grandes y extraordinarios logros, sino en los detalles simples y cotidianos. La felicidad, al fin y al cabo, reside en esas pequeñas luces que iluminan el camino día a día.
Finalmente, nuestra persona normal sueña con la libertad, no solo en el sentido político o social, sino en un sentido más profundo y personal. Sueña con la libertad de ser quien realmente es, sin máscaras ni pretensiones. Sueña con la libertad de seguir sus pasiones, de explorar el mundo y de vivir de acuerdo con sus valores y creencias. Es el deseo de romper las cadenas de la conformidad, y de vivir una vida que refleje verdaderamente quiénes somos. Es una búsqueda de autonomía y autodeterminación, una declaración de que cada persona tiene el derecho de buscar su propio camino y de definir su propio destino.
En el refugio de la noche, cuando el bullicio del día se apaga y el mundo se sumerge en un silencio contemplativo, los sueños de una persona normal se despliegan como un cielo de infinitas posibilidades. Más allá de las preocupaciones cotidianas, estos sueños revelan los anhelos profundos, que habitan en el corazón humano. Estos sueños, aunque a menudo relegados a los escondrijos de la mente, son una fuente de inspiración y guía. Nos recuerdan que, a pesar de las dificultades y desafíos de la vida, siempre hay un horizonte lejano al cual aspirar. Nos invitan a soñar en grande, a vivir con sentido y a trabajar juntos, para construir un mundo que refleje los más altos ideales de la humanidad.
Así, alzamos nuestra copa al comenzar el año, con el deseo de abrazar esos sueños con la fuerza que merecen. Que nunca falte en nosotros la valentía para aspirar a lo más alto, ni la humildad para valorar lo cotidiano. Y que en este nuevo capítulo de nuestras vidas, sigamos siendo, simplemente, personas normales que sueñan con un mundo mejor.
Los integrantes del Grupo de Opinión 'Los Espectadores' son:
Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.
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