Los sindicatos, ¿defensores del trabajador o propagandistas del gobierno?
Este domingo, UGT y CC OO tomarán las calles. Pero no lo harán para defender los derechos de los trabajadores, ni para denunciar los estragos ... de la inflación o los abusos laborales. Tampoco veremos pancartas contra la precariedad o el desempleo juvenil. No. Los 'mayoritarios' del sindicalismo español se manifestarán para cumplir un encargo político: atacar a la oposición por no respaldar un decreto ley del Gobierno.
¿Qué ha llevado a estas organizaciones a abandonar su esencia como defensoras de los trabajadores para convertirse en actores secundarios del guión político del Ejecutivo? La respuesta está, como casi siempre, en el dinero.
Las cifras son contundentes. En 2025, UGT y CC OO recibirán la asombrosa cantidad de 32 millones de euros en subvenciones públicas, casi el doble que en 2024. A esto se suman los fondos europeos destinados a reformar sus sedes, como los 100 millones de euros que Yolanda Díaz repartió para modernizar sus oficinas. Estos datos no son anecdóticos: son la clave para entender por qué los sindicatos, antaño garantes de la lucha obrera, ahora responden más a los intereses del Gobierno que a los de los ciudadanos que dicen representar.
¿Qué pueden esperar los trabajadores de unas organizaciones cuya independencia está hipotecada? La respuesta, por desgracia, es evidente: poco o nada. Es difícil morder la mano del que te da de comer, y UGT y CC OO no parecen tener intención de hacerlo. Antes prefieren ser el eco de un Ejecutivo que les premia generosamente mientras el resto de la población lucha por llegar a fin de mes.
La convocatoria de esta manifestación es, además, un insulto a la inteligencia. En lugar de exigir al Gobierno que rectifique su estrategia legislativa y trocee el decreto para aprobar las cuestiones clave (revalorización de pensiones, bonificación al transporte y ayudas a damnificados de la dana de Valencia), los sindicatos han optado por cargar contra la oposición, como si la responsabilidad de aprobar decretos recayera en quienes no gobiernan. Este giro de guion, más propio de una estrategia publicitaria que de un movimiento sindical auténtico, evidencia que las prioridades de estas organizaciones han cambiado.
Hoy, las pancartas no piden mejores condiciones laborales ni salarios dignos; piden proteger el relato de quienes controlan el presupuesto. Los cánticos ya no son un grito contra la injusticia, sino una melodía afinada para contentar al poder. Lo que veremos este fin de semana, sin embargo, no será un ejercicio de dignidad sindical. Será la imagen de unos sindicatos dóciles, agradecidos por el dinero recibido, haciendo el trabajo sucio de un Gobierno que necesita desviar la atención de sus errores.
Es lamentable que, en una época donde la clase trabajadora enfrenta desafíos monumentales (desde la pérdida de poder adquisitivo hasta la precariedad laboral estructural), los sindicatos mayoritarios hayan optado por convertirse en propagandistas del Ejecutivo. Esto no solo erosiona su credibilidad, sino que también mina la confianza de los ciudadanos en las instituciones que deberían protegerlos.
El sindicalismo español, o al menos los sindicatos mayoritarios, parece haber perdido el rumbo. Su 'mayoría' es un espejismo, sustentado por cifras que no reflejan la realidad de su base social. La afiliación a los sindicatos está en mínimos históricos, y su capacidad de movilización dista mucho de lo que fue en décadas pasadas. Sin embargo, el dinero público sigue fluyendo, asegurando su supervivencia artificial mientras los problemas reales de los trabajadores quedan relegados a un segundo plano.
¿Es esto lo que necesitamos? Un sindicalismo que prioriza su cuenta bancaria sobre sus ideales, que actúa como cómplice del poder en lugar de su contrapeso. Un sindicalismo que, lejos de ser una herramienta de transformación social, se ha convertido en un apéndice más del aparato político.
Si algo queda claro es que, con suficientes ceros en las subvenciones, la independencia puede pasar de ser un principio irrenunciable a una anécdota del pasado. Y mientras UGT y CC OO disfrutan de su bonanza económica, los trabajadores (los auténticos olvidados de esta historia) siguen esperando que alguien levante la voz por ellos.
La crítica aquí no es solo a los sindicatos, sino también al sistema que permite esta perversión. Un sistema donde la política compra aliados a golpe de chequera, y donde las instituciones que deberían ser libres acaban convirtiéndose en serviles.
Quizá ha llegado el momento de replantearnos qué papel queremos que jueguen los sindicatos en nuestra sociedad. Si han de ser verdaderos defensores de los derechos laborales, deberán recuperar su independencia, renunciando a las prebendas que hoy los atan al poder. Si no, seguirán siendo lo que son ahora: un eco, un decorado, una herramienta más al servicio de quienes gobiernan.
Porque, en el fondo, lo que está en juego no es solo el futuro del sindicalismo, sino la posibilidad de que exista una voz auténtica y valiente en defensa de los trabajadores.
Los integrantes del grupo de opinión Los Espectadores son: Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. García de las Bayonas, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortiz, Francisco Pedrero, José Izquierdo, Tomás Zamora y Antonio Sánchez.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión