El progreso y el progresismo, diferencias y confusiones
En el lenguaje cotidiano y político, las palabras «progreso» y «progresismo» suelen usarse indistintamente, lo que genera confusión sobre sus significados y aplicaciones. Mientras que « ... progreso» refiere a una noción de avance, prosperidad y mejora para la sociedad en su conjunto, «progresismo» se ha convertido en una corriente política particular que no siempre coincide con esos ideales. El progreso es una aspiración universal y colectiva, mientras que el progresismo es una construcción ideológica específica que, a veces, puede distorsionar la idea de lo que significa realmente mejorar como sociedad.
El progreso, según lo define la Real Academia Española (RAE), es el acto de «ir hacia adelante». Este avance se entiende no solo en términos materiales, como el desarrollo económico o tecnológico, sino también en aspectos sociales, morales y culturales. El progreso busca el bienestar de la mayoría o de la totalidad de la sociedad, aspirando a la mejora de las condiciones de vida, la educación, la salud, la igualdad de oportunidades y el respeto a los derechos humanos. Es, en esencia, una fuerza que impulsa a las sociedades hacia una mayor prosperidad y bienestar.
Cuando hablamos de progreso, nos referimos a una noción positiva y casi incuestionable. Una sociedad que progresa es una sociedad que mejora, que reduce las desigualdades, que fomenta la innovación y que facilita la creación de riqueza y bienestar. El progreso no es exclusivo de una ideología política, sino que es un objetivo común que puede ser perseguido por distintas corrientes políticas, económicas y sociales. Sin embargo, lo que difiere es la forma en la que se intenta lograr dicho progreso.
El progreso, entonces, está vinculado a la noción de prosperidad en el sentido más amplio. La prosperidad incluye tanto el bienestar material, como la salud, la educación y la libertad. Es un ideal universal que busca mejorar las condiciones de vida para el conjunto de la sociedad, sin excluir a ninguna parte. La historia muestra que el progreso ha sido impulsado por el trabajo conjunto de individuos, empresas, gobiernos y organizaciones civiles, quienes, a través de la innovación, la ciencia, la educación y la cultura, han mejorado la calidad de vida de las personas.
El progresismo, por otro lado, es una corriente ideológica específica que, si bien se basa en la idea del progreso, no siempre coincide con él en la práctica. A menudo, el progresismo es asociado a políticas de izquierda o centro-izquierda, que promueven la redistribución de la riqueza, la intervención del Estado en la economía y la protección de ciertos derechos sociales y colectivos. No obstante, esta corriente ha caído en ciertas contradicciones y excesos que pueden alejarla del ideal de progreso real.
El progresismo contemporáneo, ha sido utilizado en muchos casos como una etiqueta que legitima una serie de medidas o ideologías, que no necesariamente conducen al progreso en el sentido amplio de la palabra. En particular, el progresismo se ha apropiado del discurso de los «derechos», pero con un enfoque, que, a veces, elimina el concepto de «deberes» y de responsabilidad individual. Este énfasis en la expansión de derechos, sin un correlato en obligaciones, puede llevar a un debilitamiento del tejido social, al fomentar una cultura de dependencia y victimismo en lugar de empoderar a los ciudadanos.
Otro aspecto crítico del progresismo es su tendencia a crear divisiones sociales bajo una lógica binaria de buenos y malos. Aquellos que no comparten la agenda progresista, son frecuentemente etiquetados como reaccionarios o incluso fascistas, lo que genera una polarización social, que impide el debate constructivo y la búsqueda de grandes pactos de Estado. Este fenómeno es especialmente evidente en España, donde el progresismo actual, representado por el gobierno de Pedro Sánchez, ha catalogado de progresistas a partidos, que no buscan el bienestar de todos, sino que buscan la mejora solo para los territorios donde están implantados, promoviendo así la desigualdad y la insolidaridad, mientras que a partidos opositores los tacha de anticuados o contrarios al progreso, cuando en realidad muchas de estas voces disidentes también buscan el avance del país, pero desde perspectivas diferentes.
El progresismo, en su versión más radical, también tiende a desvirtuar el papel de las instituciones democráticas y del Estado de Derecho. En nombre de la «justicia social» o la «igualdad», ciertos gobiernos progresistas han intentado controlar el poder judicial, la prensa y otras instituciones, con el objetivo de perpetuarse en el poder, como ocurre en países como Cuba, Venezuela o Nicaragua, por ejemplo. Esta concentración de poder no es un signo de progreso, sino de regresión autoritaria, ya que debilita los contrapesos necesarios para que una democracia funcione adecuadamente.
En el ámbito económico, el progresismo también plantea importantes desafíos. Aunque se presenta como defensor de los más desfavorecidos, muchas de sus políticas intervencionistas y de control del mercado pueden tener el efecto contrario, al sofocar la innovación, la productividad y la generación de empleo. La creencia de que la riqueza se crea automáticamente, y que solo es necesario redistribuirla, es uno de los mitos más persistentes del progresismo. En realidad, la riqueza no es un recurso infinito; debe ser creada a través del trabajo, la innovación y el esfuerzo, y su redistribución debe ser equilibrada, aunque no desincentivadora.
El recurso a la deuda pública y el gasto desmedido en subsidios y ayudas sociales, promovido por muchas políticas progresistas, puede generar una situación insostenible a largo plazo, que lejos de garantizar el bienestar general, crea dependencia y erosiona los incentivos para el esfuerzo individual. En lugar de fomentar una economía dinámica y productiva, estas políticas tienden a crear un entramado clientelar, en el que los ciudadanos se ven atrapados en una red de subsidios, que limita su autonomía y su capacidad de progreso personal.
Para finalizar, aunque tanto el progreso como el progresismo se refieren, en teoría, a la idea de mejorar la sociedad, en la práctica pueden divergir profundamente. Mientras que el progreso, entendido como prosperidad y mejora, busca el bienestar general a través de la innovación, el esfuerzo individual y la cohesión social, el progresismo actual parece más enfocado en imponer una visión ideológica específica que, a menudo, contradice esos ideales. Es importante recordar que el verdadero progreso no surge de la imposición de una agenda ideológica, sino del esfuerzo conjunto de toda la sociedad, respetando las libertades individuales y promoviendo un desarrollo equilibrado y sostenible. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más próspera y justa.
Los integrantes del Grupo de Opinión 'Los Espectadores' son:
Jesús Fontes, Javier Jiménez, José L. Garcia de las Bayonas, José Izquierdo, Blas Marsilla, Luis Molina, Palmiro Molina, Francisco Moreno, Antonio Olmo, José Ortíz, Francisco Pedrero, Antonio Sánchez y Tomás Zamora.
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