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Jamás he logrado ganarle a mi hijo al ajedrez

ALGO QUE DECIR ·

Los profesores que conozco enseñan sobre todo un talante, una manera de ver el mundo, una actitud tolerante

Miércoles, 25 de noviembre 2020, 02:31

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Me pide un amigo que escriba sobre el ajedrez, así de sopetón y sin un debido y bien documentado estudio previo como es práctica común entre algunos escritores actuales al uso. Y a un servidor se le ocurre de momento acordarse de un adolescente al que le enseñaron a jugar hace casi medio siglo en una aula de la escuela primaria de un pueblo perdido y por la tarde, en lo que empezaban ya a ser actividades extraescolares, y recuerda que aquella misma tarde le ganó su primera partida al que hacía de maestro. No puede olvidar que fue muy feliz desde el primer día, que muy pronto enseñó, a su vez, al único amigo del barrio cuyas capacidades intelectuales eran las adecuadas, porque en aquel barrio de su infancia no abundaban, y recuerda que jugó con su amigo infinidad de partidas en el largo otoño de su infancia, que le ganó casi siempre y que fue enseñando, primero a su padre, que aunque carecía de estudios, exhibía una inteligencia excepcional, que demostró muy pronto ganándole de un modo inesperado, como le pasó con su hijo muchos años después, al que inició en la magia del tablero como si de un juego infantil se tratara y fue conformándolo en los primeros encuentros y le dejó ganar hasta que un día, el crío apenas contaba seis años, descubrió impresionado y con emoción que, por vez primera, su primogénito lo había ido llevando a su terreno y le había ganado en buena lid. Así que saltó de su asiento, lo cogió en brazos y estuvo celebrándolo con él durante días.

Los que juegan al ajedrez piensan y el que piensa se equivoca menos y casi siempre evita la violencia. Quiero decir con esto que me gusta el ajedrez porque es un juego de caballeros, y de damas, porque no es vengativo ni revanchista, porque lleva aparejado ciertos valores humanistas, como la camaradería, la amistad y la nobleza, de manera que los profesores en la materia que yo conozco, no solo enseñan normas y estrategias técnicas, enseñan sobre todo un talante, una manera de ver el mundo, un ritmo templado, una actitud condescendiente y tolerante, y esto es bastante más de lo que enseña cualquier otro juego, porque, entre otras cosas, jamás hay apuestas ni dinero por medio, rara vez hay beneficios y casi nunca terminan enemistándose los contrincantes, antes bien, suele haber entre ellos una admiración contenida y verdadera.

Por todo ello me extraña desde hace muchos años que un juego así, con tanta historia, tanta literatura, tanta reflexión y tanta lógica matemática, no haya tenido un lugar de privilegio en los estudios regulares de nuestros vástagos, habiendo como hay algunas asignaturas superfluas, o al menos de no tanto nivel. Por supuesto que esto es una reivindicación en toda regla de una disciplina más que de un entretenimiento, aunque no tenga por qué haber contradicción alguna entre ambos conceptos. Al 'prodesse et delectare' (aprender deleitando) de Horacio podríamos añadir un enseñar jugando que viene a ser lo mismo.

Durante algunos años mi hijo acudió a las clases de Juan Carlos en la escuela de Zarandona, ganó premios en los certámenes de final de curso pero sobre todo lo vi feliz, lo vi centrado y nunca le sorprendí un gesto altanero o de envanecimiento, ni siquiera desarrolló un exceso de competitividad que casi siempre acaba por amargarles la vida de una manera o de otra, y ya conocemos ilustres ejemplos en la historia de este juego. He percibido con precisión los beneficios de su desarrollo mental y de su claridad de pensamiento y, desde luego, jamás he conseguido ganarle una partida después.

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