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Guerra y (poca) paz

Ante el Arco del Triunfo, los políticos prometen, ¡ay!, no reincidir

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Lunes, 26 de noviembre 2018, 22:27

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Los altos mandatarios de los países que tuvieron que ver con la Primera Guerra Mundial han organizado y asistido a diversos fastos, al cumplirse un siglo del final de la contienda. Algún periódico lo ha titulado así: 'El mundo confraterniza en París en torno al ideal de la paz'. Es verdad que la convocatoria tuvo lugar en la capital francesa. Pero eso de que 'el mundo confraterniza' no parece muy convincente. Se trata más bien de una exageración engañosa, para dar a entender que antes fuimos malos y ahora somos buenos.

Después de aquella Primera vino una Segunda. Y ya no hemos padecido otra conflagración similar. No tanto porque los habitantes del planeta se quieren hoy que no veas, como por el miedo a lo nuclear, que es lo único que guarda la viña. Pero padecemos otras guerras que son pan nuestro de cada día. Los telediarios traen noticia de miles de víctimas. No podemos llamarlas mundiales, aunque sería de tontos cerrar los ojos a esa feísima y tozuda realidad.

La guerra, en un lugar u otro, es una realidad del vivir en las sociedades de cualquier tiempo. Actualmente, los países desarrollados, ni se ruborizan, ni les tiembla el pulso, fabricando armas cada vez más eficaces, para vendérselas a quienes 'las necesiten'. Incluso el terrorismo (que suele emplearlas contra sus proveedores) utiliza esa misma vía de acopio. Si la guerra es estúpida en sí misma, todavía lo son más las de religión, que promueven y practican el terror en nombre de los dioses. Estamos en condiciones de proclamar que -al igual que las ciencias- hoy las guerras adelantan que es una barbaridad.

Hay otros desastres, no tan ruidosos, ni tan sangrientos a corto plazo, que se cobran también muchas vidas, como son los desplazamientos de los pobres hasta la misma puerta de las casas de los ricos. Hablamos de la emigración que no cesa (africana e hispanoamericana) con participación de niños, mujeres y ancianos.

Por todo ello, resultaba risible pero patético ver a los políticos (vestidos de etiqueta y maquillados) confraternizando, con el mayor de los disimulos, aquella gris mañana parisién, en torno a un Arco de Triunfo y un soldado al que ni se le conoce.

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