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Riesgos políticos

Después de los indultos, de la reforma del Código Penal, de la amnistía y del encubierto cupo catalán, será muy difícil que Sánchez vuelva a levantar cabeza

Domingo, 27 de octubre 2024, 07:42

Todo puesto de trabajo tiene sus riesgos laborales. Las empresas están obligadas a identificarlos, y a adoptar las medidas necesarias para reducirlos o evitarlos. En ... los puestos políticos ¿hay también riesgos? ¿Deberían identificarse para que, en cada puesto, los políticos desarrollasen su actividad con cierto nivel de higiene y seguridad en el trabajo? Desde luego, un puesto político no puede ser equiparado exactamente a un puesto de trabajo. Cuando un político es cesado, no puede interponer demanda por despido improcedente. Teóricamente, la política no es todavía una profesión. Es una vocación y un servicio, que debería ser temporal. Ningún político debería reclamar un puesto fijo. O entrar en el juego de las puertas giratorias. Pero esto algunos no lo han entendido. Hay personas que, en el fondo de su alma, están tan convencidas de su valía, o de su posición social, que piensan que el puesto político no sólo es vitalicio, sino que debería también ser hereditario. Pero volvamos al tema: un puesto político no es equiparable a un puesto de trabajo. Sin embargo, el político también tiene sus riesgos. ¿Y cuáles son estos? Podríamos enumerar muchos, como la pérdida de la paciencia ante al adversario, o la pérdida de la serenidad que lleve a situaciones tensas, o violentas, con violencia verbal, o incluso física. Ha pasado en algunos plenos de ayuntamiento; y podría pasar en algunos parlamentos. A veces vemos en la televisión que en algún país remoto los parlamentarios llegan a las manos. El político también corre el riesgo de que lo abucheen los ciudadanos, y de que le hostiguen, y de que tenga que huir furtivamente de ciertos sitios. E, incluso, a veces se produce el escrache. Hay un riesgo, sin embargo, que es más generalizable y que suele darse con frecuencia: en todos los puestos públicos, el político corre siempre el riesgo de deteriorar su fama y su prestigio, de quemarse, de achicharrarse vivo, hasta convertirse en cenizas, o quizás, en términos menos dramáticos, en un cadáver político, según el argot de los círculos de poder; en alguien que está vivo físicamente, pero completamente invalidado para la política, sin futuro, obsoleto, totalmente amortizado.

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