Reflexiones políticas después de la DANA
En estos momentos trágicos, lo que menos necesita Valencia es una trifulca política. Inicialmente, lo intentó Feijóo. Compareció ante los medios y le echó la ... culpa del desastre al Gobierno de Pedro Sánchez. Mereció los reproches de todos. Y el propio Carlos Mazón comprendió que no era momento de reyertas políticas, y, en consecuencia, contradijo públicamente al presidente nacional de su partido, y agradeció la predisposición y solidaridad manifestada por Pedro Sánchez. Sin embargo, más tarde, tras varios días de luchar contra las consecuencias de la DANA, el presidente de Valencia ha cambiado de estrategia. De expresar su gratitud a los organismos estatales, ha pasado a echarles todas las culpas a la Confederación Hidrográfica del Júcar; y a la UME (Unidad Militar de Emergencias). Claro que los organismos estatales han respondido. Y ya tenemos servida la trifulca política. Y sigue siendo cierto que esto es lo que menos se necesita. Porque las consecuencias de la DANA tienen una dimensión humana mucho más importante que la política. Muchas personas han perdido la vida. Demasiadas. Otras, han sufrido pérdidas patrimoniales graves; y otras han visto destruidos sus medios de vida. Ante el dolor por tanta pérdida, las trifulcas políticas parecen una insufrible frivolidad; una estupidez de personajes que sólo piensan en el poder por el poder, y que se olvidan de que la finalidad esencial de la política es conseguir el bien común de los seres humanos, y no el disfrute y acomodo de unos cuantos dirigentes.
Ahora bien, aun no siendo su dimensión más importante, son muchas las reflexiones políticas que podríamos hacer con ocasión de la DANA. Me limitaré a sólo dos:
1. Cuando los tiempos son tranquilos, las estructuras organizativas de la sociedad suelen funcionar bien. Todas las administraciones públicas cuentan con personal preparado. Los políticos no tienen más que dejarse llevar. Se aprueban los presupuestos y los servicios públicos funcionan. Sin embargo, cuando sucede algo excepcional, como una DANA, o como una epidemia, o una profunda crisis económica, es cuando se aprecia el verdadero nivel de calidad de los dirigentes políticos y de sus equipos.
La emergencia desatada por la DANA ha dejado al descubierto algunas preocupantes carencias. Ha habido políticos que han tratado de eludir su propia responsabilidad echándole la culpa a otras administraciones. Otros, con la misma finalidad, han planteado cuestiones competenciales, atribuyendo toda la responsabilidad al Gobierno de la nación, y olvidándose de que vivimos en un Estado descentralizado, y que con las autonomías hemos creado unas clases dirigentes provincianas que deben estar a las verdes y a las maduras: no sólo para cobrar excelentes retribuciones, sino también para afrontar los problemas graves cuando se plantean, aunque sean extraordinarios, aunque sean excepcionales, incluso aunque sean catastróficos. Y hay otros políticos que han pedido, ante la magnitud de la catástrofe, que se reformen los protocolos para los casos de emergencia. Imagínense a un cirujano que, en medio de una intervención quirúrgica, se le presenta una complicación no prevista. El cirujano no puede pararse y pedir que se reforme el protocolo; ha de actuar con urgencia y, según su leal saber y entender, salvar la vida del paciente. Y esto puede ocurrir en muchas otras profesiones. A nadie se le ocurre pedir en mitad de una crisis que se reformen los protocolos. Personalmente, a todos estos políticos que demuestran su ineptitud cuando, ante una emergencia, piden un 'libro de instrucciones', los mandaría inmediatamente a su casa. A ellos y a todos sus asesores. Porque, cuanto mayor es la ineptitud del político, mayor suele ser el número de asesores que necesita. Claro que esto nos llevaría a otra cuestión: ¿quién selecciona a los políticos? ¿la sociedad o los partidos políticos? ¿Están los partidos políticos españoles aquejados de clientelismo, nepotismo, endogamia y patrimonialización?
2. Desde un punto de vista más positivo, las consecuencias de la DANA han demostrado la necesidad ineludible de lo público, y el error de aquellas políticas que reducen los organismos que han de intervenir en las emergencias, o los dejan sin partidas presupuestarias. La DANA nos ha hecho pensar en que es preciso que los poderes públicos intervengan en la vida social y económica, para garantizar las libertades y la solidaridad. Estas intervenciones unas veces serán correctas, y otras, no. Para valorarlas, y cambiar de rumbo, si fuera necesario, está el debate político y las elecciones. Ahora tenemos que debatir si ha sido acertada, o no, la planificación hidrológica, la lucha contra el cambio climático, y la planificación territorial y urbanística. ¿Por qué se permite edificar en cauces públicos y en zonas inundables? Y una vez producida la catástrofe, ¿qué es lo que pueden hacer los poderes políticos? Se está hablando ya de ERTEs para salvar empresas y puestos de trabajo; de exenciones y bonificaciones fiscales; de subvenciones y ayudas directas; de reconstrucción de infraestructuras... Todo ello sólo es posible con la actuación del poder político.
Esta reflexión debería traducirse en el orgullo de pagar impuestos. Porque sin tributos, lo público no funciona. Creo, sin embargo, que esto, por ahora, sería pedir demasiado.
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