Miedo a la Hacienda Pública
Así me parece ·
En el ámbito de la política, el defraudador queda desprestigiado, desde luego, pero también las personas de su entornoLa experiencia de la vida nos suele confirmar que hay dos cosas seguras e igualmente inevitables: la muerte y los impuestos. Nadie escapa a la ... muerte. Y cada vez es más difícil eludir el pago de los impuestos. El ordenador que mejor funciona en España es el de la AEAT. Recuerdo, cuando yo era estudiante en Madrid, que nos llevaron a ver el ordenador central del Ministerio de Hacienda, que ocupaba prácticamente todo un edificio en la calle Rey Francisco, en Argüelles. En esos momentos iniciales de la informática, un inspector de servicios del Ministerio nos dijo que bastaba con equivocarse en un número del DNI al efectuar una declaración tributaria, para que todo ese inmenso ordenador se armase un tremendo lío y fuese imposible la comprobación de lo declarado. Ahora las cosas ya no son así. Si te equivocas, el propio ordenador te corrige y te comprueba inexorablemente la declaración.
Hace años, un inteligente alto funcionario de la AEAT me contaba que, allá en su provincia natal, tenía dos tías muy mayores, y que un día le preguntaron: «Pepito, ¿cómo se puede tener dinero, no pagar a Hacienda y vivir tranquilo?». Y él les contestó: «Las tres cosas a la vez no son posibles. Si tienes dinero y no lo declaras a Hacienda, no podrás vivir tranquilo. Si tienes dinero y quieres vivir tranquilo, tienes que declararlo a Hacienda. Eso, o no tener dinero, y ser como aquel hombre feliz, que era feliz porque ni siquiera tenía camisa».
Con la democracia, empezó a consolidarse una cierta conciencia fiscal, una aceptación interna de que todos tenemos que pagar impuestos, y no por aquella simpleza de que 'Hacienda somos todos', sino porque con nuestros impuestos se paga todo aquello que nos permite alcanzar la libertad y el bienestar. Sin tributos no habría ni sanidad pública, ni educación pública, ni seguridad ciudadana, ni carreteras, ni ferrocarriles... Sin embargo, al mismo tiempo que se iba formando esta conciencia fiscal, durante decenios no ha dejado de germinar en las almas de muchos ciudadanos un cierto miedo a la Hacienda Pública, un verdadero pánico a pagar impuestos, como si esto significase que la Hacienda nos estuviera expoliando de algo que es exclusivamente nuestro. Y esto ocurre tanto en el ámbito de las familias como en el de las empresas. Todos los padres medianamente responsables piensan en vida sobre lo que será de sus hijos cuando ellos hayan muerto. Y pretenden evitarles dos males: uno, que los hijos, como herederos, se peleen entre ellos. Este objetivo casi nunca se consigue. Otro día hablaremos de este asunto. Y el otro mal es que tengan que pagar unos impuestos elevadísimos. Aconsejados por supuestos especialistas en la materia, en los últimos años, en España se pusieron de moda, por ejemplo, las sociedades patrimoniales. Las familias incorporaron al patrimonio de esas sociedades todos sus activos. Así, cuando mueren los padres, no hay ninguna transmisión a los hijos, porque desde antes ya eran titulares de las participaciones sociales. Y, al no haber transmisión, no se devengan impuestos. Sin embargo, estas operaciones de ingeniería fiscal terminan teniendo malas consecuencias. Condenan a los hijos y a los nietos a permanecer en la indivisión. Y las indivisiones son siempre semilleros de conflictos. Para evitar un conflicto jurídico tributario con la Hacienda, damos lugar a conflictos jurídico-civiles entre parientes, que son siempre más dolorosos y más sangrantes. Se mire por donde se mire, siempre es preferible discutir con la Agencia Tributaria en los tribunales, a pelearte judicialmente con tus hermanos y sobrinos.
El miedo a Hacienda hace estragos también en el ámbito de las empresas. Aquí el problema es que está todo inventado. La Hacienda española conoce todas y cada una de las trampas para eludir el pago de los tributos. Utilizar facturas falsas, por ejemplo, para incrementar los costes y rebajar la base imponible del Impuesto de Sociedades, y considerar el importe de esas facturas falsas como IVA soportado, es una maniobra archiconocida, por haberse repetido en muchísimas ocasiones. También es muy conocido el truco de utilizar 'sociedades pantallas', o 'sociedades truchas' para reducir las bases imponibles. Y no digamos nada de fijar el domicilio en Andorra, pero vivir realmente en España... Es muy difícil imaginar operaciones de ingeniería fiscal que no puedan ser desmontadas por los inspectores de Hacienda.
Y, cuando se destapa un fraude fiscal, las consecuencias económicas son tremendas, porque no sólo se ha de pagar la cantidad defraudada, sino también importantes multas que duplican o más la deuda tributaria que se había dejado de pagar. Además de que, si la cantidad defraudada supera los 120.000 euros por anualidad y concepto, se trata ya de un delito tributario.
Deberíamos seguir perfeccionando nuestro sentido de la responsabilidad fiscal, y llegar a la conclusión de que no merece la pena defraudar a Hacienda. Puede salir muy caro. Y sus consecuencias reputacionales son imprevisibles. Sobre todo, en el ámbito de la política. El defraudador queda desprestigiado, desde luego. Pero también las personas de su entorno.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión