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Recientemente se ha hecho público por el Organismo de Comunicación correspondiente del Obispado de Cartagena el nombramiento, por el obispo José Manuel, de una nueva ... remesa de canónigos para servir los puestos vacantes en el Cabildo Catedralicio, por defunción de unos o jubilación de otros de sus miembros.
La normativa emanada de la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), o la interpretación de aquella, desposeyó a los cabildos de las catedrales de la autonomía que tenían desde el s. XIII para su organización general y la provisión de cargos y dignidades, quedando en manos de los obispos muchas de las competencias que desde el Concilio de Trento (1545-1563) eran de aquellos. Sin embargo, hasta los años setenta del pasado siglo, las plazas a las canonjías vacantes eran convocadas por el propio Cabildo entre sacerdotes de todo el país, y se cubrían mediante oposición libre cuyos ejercicios eran orales y públicos. Los aspirantes defendían los temas de la oposición en latín y desde uno de los púlpitos de la Catedral, en cuyo coro eran escuchados por un tribunal destinado al efecto por el propio Cabido, que presidía el obispo, y que calificaba y concedía la plaza vacante al más brillante en oratoria y contenido, además de otros aspectos fijados en la convocatoria.
Tras la toma de posesión ocupaban su puesto, y tenían derecho (como ahora), al hábito talar que los diferenciaba de los 'beneficiados', que constituían otro cuerpo 'de inferior rango' (con muceta morada y sacristía diferente y alejada de la de los canónigos. Por supuesto que unos y otros percibían también sueldos diferentes).
La provisión de las canonjías entre sacerdotes de toda España enriquecía la naturaleza del Cabildo con gentes eminentes de otros lugares, y el cargo era vitalicio salvo que el nuevo canónigo opositara de nuevo a plaza diferente.
De aquellos canónigos que llegaron a su puesto por oposición, recuerdo a venerables y significados personajes que nunca pasaron desapercibidos entre la sociedad capitalina por su porte elegante y hasta distinguido entre los demás clérigos, y por la botonadura encarnada de la sotana y el alzacuellos del mismo color.
Figuras como las de D. Juan de Dios Balibrea Matás, o D. Bartolomé Ballesta Vivancos, D. Arturo Roldán Prieto, D. Bartolomé Fernandez-Picón o D. Santos Gutiérrez; y antes D. Julio López Maymón entre otros, destacaron como he dicho entre la sociedad por su sabiduría, y también por su porte exterior, enfundados en sus sotanas y sus 'manteos', siempre con sombrero clerical, o bonete según las circunstancias.
Los sermones del 'canónigo Magistral se comentaban después en la prensa local, y también en las tertulias del Casino y otras sociedades lúdicas o culturales. Al 'Penitenciario' acudían a consultar temas de diversa consideración los clérigos de los pueblos, y el chantre tenía siempre a punto, no sólo el órgano, sino la 'schola cantorum' que participaba en los oficios religiosos. Algunas dignidades fueron perdiendo cometido, como el mestrescuela, el doctoral, el lectoral o el sochantre. No así el deán o prioste (a quien hoy llaman presidente), siendo obligada para todos los componentes del cabildo la asistencia al coro para el rezo o canto de las horas canónicas, cuyas ausencias sin justificar estaban penadas con multas en metálico.
Poco o nada queda de la composición de los primitivos cabildos catedralicios, salvo el nombre y las personas tan diferentemente elegidas. Y menos aún de lo que se consideraba una canonjía, que, según el Diccionario de la RAE, en una de las acepciones de la palabra, era «un empleo de poco trabajo y bastante provecho».
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