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Dice Martin Scorsese que uno sabe cómo es su país por cómo trata a los pobres y enfermos, lo cual no habla muy bien del ... suyo, donde el mismo Trump califica de comunista a aquel que sugiera extender la asistencia sanitaria. También descalifica a quien se le ocurra hablar de la lucha contra el cambio climático. Uno no pide que sus políticos sean una lumbrera, pero al menos les demanda una miaja, que decía mi abuela, de cordura y humanidad. Con semejantes baladronadas, cómo no sentir que se te amengua el estómago cuando el expresidente uruguayo Pepe Mujica, ese político que no se parece a un político, asegura que está a punto de emprender el viaje del que no se vuelve. Lo ha dicho esta semana, con un cáncer de esófago ya avanzado. Y es que la ciencia debería inventar un sistema que permitiera la pervivencia de algunos, los más eminentes, si no hasta edades matusalénicas, sí al menos lo suficiente para que su mano sedimentara y se dejara notar un poquito más en este mundo donde tarantulean la estupidez y la arrogancia en porciones nunca vistas. Que Trump pueda ser presidente del país más poderoso del mundo en unos días da vergüenza ajena, aunque no sorprende en un país tan contradictorio, que Antonio Gala, con su lucidez habitual, definió como nadie en dos palabras: un paraíso indeseable.

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