Alborea el año y todo el mundo hace su lista de propósitos. Yo no voy a confeccionar la mía, para no hacer una entrada tan ... oficial en este 2024, pero sí indicaré un deseo, que se me ocurrió el día 31 viendo una película que siempre veo cada principio de año. El deseo, volver a leer un cómic, algo que no hago desde hace mucho, aunque solo sea porque, como se dice en 'La gran belleza', uno tiene que volver a sentirse alguna vez como cuando era un niño. ¿La película? Creo que no hace falta nombrarla. Sí, me gustaba leer cómics, pero clausuré la costumbre en la adolescencia para no volver jamás. Aquellos personajes estrafalarios, de aspecto y costumbres singulares, como Mortadelo y Pepe Gotera, parecían más reales que los de la vida misma. Es la magia de la niñez y su chistera: solo entonces se pueden creer reales mundos que son inventados (bueno, hasta que llegaron las redes sociales).
En aquel mundo al margen trapaleaban también Spiderman, el hombre invisible y la máquina del tiempo, enmadejados con olores y gustos reales de entonces, como el tacto enmaderado de los lápices Alpino y el color vivo de los rotuladores Carioca. También con la albañilería sencilla de las piezas del Tente y la capacidad demiúrgica de dar vida a personajes inertes como los muñequines de Playmobil. A medida que cumples años, ese mundo paralelo pierde fuelle y carnadura, se hace menos real, pero no muere, aquellas burbujas siempre permanecen. Ya lo dice John Balville: cómo puedes vivir de adulto habiendo sido un niño.
Pues bien, solo pido esas burbujas para este año, que ha empezado con el mundo en pie de guerra, Trump infortunadamente resucitado y España estragada por la gripe; y con el empacho habitual de la Pedroche aprovechando que se quita alguna cosa para reivindicar no sé qué. Desde que están las redes todo cristo se siente obligado a reivindicar algo para no pasar por superficial o primario. Hay que ser altruista hasta para despelotarse. ¿Qué hay de aquella vieja costumbre de hacer algo solo por gusto? Ya lo dice Jep Gambardella en el final de 'La gran belleza', al que llego otra vez como un ritual inaparcable de fin de año: en el fondo, más allá del bla,bla, bla, es solo un truco, nada más.
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