Hay insomnios de todos los colores. Algunos son buscados, como los de Sabina, quien, nocherniego por naturaleza, decía que se levantaba a la hora de ... comer y se acostaba a las seis de la mañana, «cuando es pronto para el deseo y tarde para el amor», como él mismo canta. Hay insomnios famosos y memorables como el de Balzac, de quien se dice que tomaba hasta cincuenta tazas de café al día para poder trabajar de noche; y hay otros de pacotilla como el mío de los últimos tiempos, que no es buscado, sino impuesto. Últimamente me encuentro con una batahola tal de ruidos nocturnos que no hay forma de pegar ojo y cuanto más lo intentas es peor. Así, te dan las tres de la mañana y no es que estés despierto, es que estás tan despierto que parece que nunca fueras a dormir. ¿Han sufrido esa sensación desagradable? Seguro que sí. No sé si seré yo solo en el edificio o será cosa de todos, al estilo de García Márquez, cuando en 'Cien años de soledad' habla de la epidemia de insomnio que una vez invadió Macondo, de forma que nadie en el pueblo podía dormir. El caso es que el despipote de ruidos empieza por los que llegan de marcha y son incapaces de recorgerse en silencio. Ya se sabe: a las tantas de la mañana no hay aficionados nocturnos, sino hinchas de la noche.
Bien temprano, diría que antes de las ocho, arranca el tableteo de las obras. Parece que a todo el mundo le ha dado por ponerse a construir ahora, el ladrillo vuelve a estar de moda, y claro, la inmoderada caballería de martillazos, golpeteos y grúas descacharrantes es imposible de mitigar ni con los tapones para el oído que llevo para nada.
Con todo, no es eso lo peor. Es que pasadas las ocho llegan otra categoría de madrugadores, la de jardineros o limpiadores, los que van con las barredoras y aspiradores, armando un quiquiriquí insufrible con un aparato que bien quisiera yo ver arder en el mismo infierno, por cuanto suena mucho y me parece que hace poco.
Las ocho, tampoco es tan temprano, me dirán. Bueno, depende, si terminas de trabajar a medianoche un poco pronto sí que es. A cuento de esto, me viene a la cabeza lo que decía la maravillosa canante Janis Joplin, otra noctívaga convencida: «Hostia, puta, tengo muchísimas ganas de ser feliz». Hostia puta, tengo muchísimas ganas de poder dormir, digo yo.
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