El buen humor de Frank Báez
LA VEREDA DEL CAPITÁN ·
Un 'poquitico' del dolor, la alegría y el mar del CaribeEn unos cuantos poemas dominicanos, Frank Báez consiguió hace unos días en Cartagena que, sin tardanzas, oyéramos en sus historias un poco del dolor, la ... alegría y el mar del Caribe. La reciente celebración del festival La Mar de Músicas hizo que la ciudad de las cinco colinas extendiese su embrujamiento a unos selectos cantores de ultramar. 'Llegó el fin del mundo a mi barrio' (Sonámbulos Ediciones, 2019) es un poemario valiosísimo en confidencias, un vagón cargado de secretos revelados. Lo primero que conocemos es que Nostradamus le jodió la adolescencia, porque con ocho añitos, nuestro carialegre amigo de Santo Domingo, ejemplo de versatilidad con la palabra, capaz de escribir un relato, un verso o el estribillo de una canción eterna, vio 'El hombre que veía el mañana', y calculó que tendría 22 cuando se cumpliera la profecía del Apocalipsis con el paso de milenios. Lo cierto es que todo siguió, y el irreligioso caribeño fue más consciente del alcance de las falsas propagandas: «Nostradamus no sólo me jodió a mí / sino también a mi generación». Luego, Báez nos hace saber que su abuelo se empeñó en otorgarle «un podercito», que adivinara los números de la lotería, como si fuera tan fácil, «pero no hacía ningún esfuerzo, / ya que lo que me movía, lo que me / ponía la piel de gallina era / ese instante en que Dios ponía / cifras dentro de mi cabeza / y yo se las secreteaba a mi abuelo / tal si fuese uno de esos ángeles / de las pinturas renacentistas / que trae un mensaje de los cielos».
La poesía de Frank Báez tiene poderes, desde luego, no sé si tan mágicos como los magos de los cumpleaños que nadie sabe dónde van, pero sí para bosquejar sonrisas en los lectores. Es algo automático. Es su don, la capacidad para ilusionar a cualquiera divirtiéndose con las palabras. Recuerda, por ejemplo, que en su casa cada Navidad recibían regalos de Estados Unidos. «Barbies, carritos a control remoto, nintendos. / Libros, 'gameboys', casetes y video». También ropa, «hasta teníamos los cubrecamas de 'El hombre araña'. / Desde la infancia nuestra vida estuvo subtitulada. / Todo era una preparación para cuando emigráramos. / Sentados en las marquesinas, esperábamos». Lo veremos comerse estrellas en Nueva York, sentirse parte de 'Charlie y la fábrica de chocolates', zafarse de las más tremendas contingencias por vientos de mil nombres («Jamás olvidaré al huracán George / que nos aplicó una llave maestra / y apretó y apretó hasta dejarnos / insconscientes en medio del ring»), e impedir que los evangélicos le quiten novias. Báez y su mundología, sus extrañezas y presagios, sus conversaciones con muertos, son mejores gracias a la poesía. «Si estuvieras aquí no te escribiría». Qué cosas hace el Caribe...
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