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Borges y Vargas Llosa

Lunes, 20 de julio 2020, 03:50

No es frecuente que un genio admire a otro genio contemporáneo suyo. Y mucho menos que lo escriba y lo publique. Pues bien: éste es el insólito caso del último libro de Mario Vargas LLosa, 'Medio siglo con Borges', que recoge en menos de un centenar de páginas una colección de artículos, conferencias, reseñas y entrevistas dedicadas al gran autor argentino.

Resulta imposible imaginar dos hombres, dos escritores, más disímiles entre sí como Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa. La vida gris y anodina del primero –vivió con su madre hasta la muerte de ésta, ocupó el más que modesto cargo de auxiliar tercero en una biblioteca municipal y fue degradado por el gobierno de Perón a «inspector de aves de corral», solo alcanzó la fama y el reconocimiento en su vejez y nunca obtuvo el Premio Nobel de Literatura, que nadie como él merecía, por su torpe actitud al apoyar dictaduras, además de definir la política como «una de las formas del tedio» y la democracia como «un abuso de la estadística»– contrasta vivamente con la existencia tumultuosa y brillante del segundo –famoso y admirado ya desde los 25 años por su primera novela, laureado con el Premio Nobel cuatro décadas después, constante y controvertido polemista en los más diversos asuntos públicos, por lo que es considerado una de las personalidades de mayor influencia intelectual del mundo, aspirante a la presidencia de la República de Perú durante tres años de frenética campaña electoral, protagonista de una agitada y cambiante travesía sentimental, su absorción de la vida hasta el tuétano, en definitiva–.

Constata Vargas Llosa algo que la sabiduría popular ha descubierto hace siglos: que los opuestos se atraen, que los contrarios se rozan. Así, un escritor de vocación realista como él, fascinado por la Historia pasada y presente, no puede evitar apreciar el genio de Borges, volcado en temas puramente intelectuales y abstractos, tan alejados de los suyos. Y llega, incluso, a situarse al menos un escalón por debajo en el quehacer literario al revelar una secreta y sana envidia ante la belleza e inteligencia del mundo creado por él, que le muestran las limitaciones del suyo, y ante la perfección de la prosa borgiana, que le hace tomar conciencia de las imperfecciones de la suya.

¿Por qué entonces se produce esta rendida elevación a los altares de un Borges, que define la novela como «desvarío laborioso y empobrecedor», por parte de un novelista conspicuo como Vargas Llosa? ¿Por qué esta fascinación sin límites por una creación que contradice exactamente la propia? Es probable que la explicación resida en ese típico rasgo humano que nos lleva siempre a desear lo que nos falta y a no valorar lo que ya poseemos. Esa eterna insatisfacción que también es el origen de toda creación artística. De este modo, el autor de ficciones «intoxicadas de realidad» contempla extasiado al creador de historias «podridas de Literatura», el prosista que narra la imperfecta totalidad de la experiencia humana se siente hechizado por el fulgor de las palabras cargadas de inteligencia e ideas que logran alcanzar una perfección inhumana.

Ya en su juventud, cuando Vargas Llosa seguía a pie juntillas los postulados de Sartre, que desterraban al infierno la obra de autores como Borges, intelectual, fantástica y desdeñosa de la realidad política, se sumergía en sus cuentos, poemas y ensayos con deslumbramiento, se maravillaba por la limpieza de su prosa, el refinamiento de sus historias y la perfección con que estaban construidas, se sorprendía al comprobar que había casi tantas ideas como palabras, que su concisión era absoluta –lo que en la lengua española tenía escasos precedentes, tal vez únicamente Quevedo–, que cada uno de sus cuentos era una joya artística y algunos de ellos obras maestras del género, con una arquitectura impecable, de estricta funcionalidad, donde la Teología, la Filosofía, todo lo que en ellos aparece como saber especializado, se vuelve Literatura, pierde su esencia y adquiere la de la ficción, torna a ser parte y contenido de una fantasía literaria.

A pesar de todo, Vargas Llosa descubre, en el centro mismo de tanta magnificencia, la inevitable falla que toda realización humana contiene: en el mundo literario creado por Borges, lo existencial, lo histórico, la psicología, los sentimientos, el instinto, se disuelven y reducen a una dimensión exclusivamente intelectual, y la vida real, hirviente y caótica, llega al lector sublimada y conceptualizada, transmutada en mito literario por un filtro de una pulcritud lógica tan acabada y perfecta que devuelve una imagen engañosa y falsa. Porque la vida también es pasión, sensación, intuición, materias que las ideas por sí solas no pueden expresar. La novela aparece entonces como el territorio que aprehende la experiencia humana total, la vida integral, la imperfección. Por eso Borges nunca escribió una.

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