Las armas y las letras
A punto de cumplirse un siglo de la Guerra Civil, seguimos dando vueltas a las mismas cuestiones tangenciales, irrelevantes
No es fácil que alguien te quiera toda la vida, pasan muchas cosas: peleas, separaciones, desapegos, olvidos... Si tenemos un amigo de la infancia o ... de la adolescencia somos muy afortunados, porque en todos estos años no han dejado de pasar cosas. Cada día, cada hora la vida nos presenta una posibilidad de enfrentamiento y muy pocas de encuentro o reconciliación. La tesis de este articulito es sencilla: lo difícil es amar, el odio nos viene dado por el entorno casi siempre.
Las redes sociales, que nos deberían haber unido, generan un tejido superficial en el que la exposición propicia el enfrentamiento. Cada día surge un resquemor o una refriega, recurrentemente ideológica. Son peleas agradables, ciertamente, de hecho han hecho recuperar una cierta dialéctica no del todo baldía, pero en el fondo pelear en redes es como disparar desde una trinchera. Si le das a alguien es una diana con remota forma humana, no un semejante. Al burlarnos de alguien en Facebook no le vemos la cara, solo leemos su comentario y de ahí percibimos cómo se encuentra suponiendo que su forma de escribir revela sus emociones de la misma manera en que lo hacen los nuestros. Pero no es así. Cada uno es como es, de manera que no sabemos cuándo hacemos realmente daño. Disparamos desde muy lejos en Twitter.
Cuando era un crío pelear era algo necesario, nos hacía hombres. Había chicos que peleaban bien y yo no fui nunca uno de ellos. Odiaba pelearme, pero no se podía rehuir el combate porque quedabas marcado como un cobarde. Entonces empezaba una vida infernal que todos conocíamos por los compañeros que no devolvían los puñetazos. Un día tendré que pararme a pensar si de niño no fui un gilipollas más, si me porté como debí con los compañeros más débiles, si los defendí siempre que fue necesario. A lo mejor, si lo pienso con la necesaria intensidad, resulta que, sin ser de los malos, tampoco fui de los buenos, no hice todo lo que pude. Si sirviese de algo, pido perdón a quien pudiese haber fallado. Qué asquerosa es la violencia y que asco dan los que la defienden.
Las redes sociales, que nos deberían haber unido, generan un tejido superficial en el que la exposición propicia el enfrentamiento
Todo esto viene porque estos días pasados he leído la reedición del formidable 'Las armas y las letras', de Andrés Trapiello (Planeta), sobre los escritores en la Guerra Civil. Ha sido una experiencia luminosa y dolorosa a la vez en la que ha aparecido insistentemente la necesaria 'Tercera España' a la que el autor alude como marginada por las otras dos. Trapiello no se esconde, se posiciona de forma rotunda contra una dictadura militar que se declara contraria a los principios del proyecto ilustrado por boca de su propio caudillo, pero en el retrato coral de aquella España es muy difícil sentir empatía con los matarifes que se tomaron la venganza por su mano en el otro bando, y es que el verdadero drama de España es haber tenido que elegir frecuentemente entre dos malas opciones.
El caso es que dentro de 15 años conmemoraremos el principio de la Guerra Civil y, si no colapsa el planeta o nos atropella un camión, conmemoraremos el siglo del inicio de una carnicería repugnante en muy poco, porque la vida se está pasando en un suspiro. A punto de cumplirse un siglo de aquello, seguimos dando vueltas a las mismas cuestiones tangenciales, irrelevantes, como los símbolos, las ideas de nación, patria y demás, que se vuelven otra vez peligrosas, emitiendo señales alarmantes sobre nuestra estabilidad emocional como país. Escucho discursos en televisión que son un constante 'déjà vu' que me lleva a los años 30, a una agresividad a flor de piel, quizá porque estamos comprando el mensaje que nos llega en esos discursos sin pararnos a pensar que quien los lanza solo quiere mantener su puesto de trabajo privilegiado. Es el problema de que ostenten el poder personas que no tienen la altura humana necesaria. Esa tensión pasa a la calle y no es raro ver cómo dos conductores se bajan del coche para discutir o pelearse a puñetazos delante de sus hijos en una perfecta metáfora visual de lo que es tantas veces España.
Hay quien piensa que necesitamos mano dura porque somos ingobernables y, si no se nos vigila, montamos una chanfaina como la Guerra Civil. Creo que no es así y un cruce de calles en el murciano barrio de Santa Eulalia lo demuestra. Está entre la calle Victorio y la de la Trinidad. No hay semáforo ni señal de stop o ceda el paso, ni paso de cebra y es semipeatonal, de manera que los viandantes pasan a la vez que los coches. Con estos datos deberíamos tener un infierno con accidentes diarios, pero nunca ha habido uno, que yo recuerde, y llevo toda la vida en ese barrio. De alguna manera natural los coches miran a su derecha, los peatones se organizan y la vida sigue sin la vigilancia de un guardia, solo por la natural propensión a convivir que llevamos dentro.
Ojalá el próximo que venga a vendernos la guerra se encuentre en este cruce y le hagamos ver que es un cruce y no una encrucijada, que lo que nos gusta es llegar a nuestras casas o a nuestros trabajos, que ese cruce es solo una forma de llegar a él, y no la razón de nuestras vidas y nuestras muertes.
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