Está claro que la política es como un iceberg, con una parte fuera y otra dentro, quizá más grande y desde luego más oscura y ... enlodada. Es la parte que los políticos prefieren mantener acortinada, que no se vea, porque muestra cómo son en verdad y deja a la vista sus aciertos y errores, sus virtudes y lamparones. Estos días el 'vacunagate' está sacando a flote otra vez los intestinos de la política. Su doblez. El problema es que, al igual que a un banquero hay que exigirle honradez y a un periodista que no mienta, a un político hay que pedirle integridad. No son perfectos, nadie lo es. Como decía Cabrera Infante, la perfección es una meta, nunca un estado, pero hay que exigirle que aspiren a serlo. Es lo menos. Villegas no lo fue, se saltó la vez y se vacunó. Ante la torpeza, al menos la rectitud de irse; Esther Clavero, ni eso. No ha hecho cola y no le importa. Ante la torpeza, no se ha ido, ha echado el ancla en un cargo en el que no puede seguir un minuto más.
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