Acoso
ALGO QUE DECIR ·
Es evidente que todo esto se está complicando y que precisamos no de una asignatura sobre relaciones humanas, sino de toda una carreraYo creo que la prueba definitiva de que un hombre no desea nada deshonesto con una mujer es que ambos se acuesten desnudos y no intimen en toda la noche; la prueba de que un hombre no echa mano de su superioridad económica, laboral o social es que ambos yazcan juntos y desnudos sin que el hombre intente ni un solo movimiento de cercanía ni experimente sensación alguna de placer o de deseo ante la proximidad de una fémina.
Que un hombre use fórmulas inadecuadas o inmorales para imponerse sexualmente sobre cualquier chica necesita de una revisión inmediata, de un nuevo protocolo que es preciso diseñar cuanto antes. No basta con que el hombre sea el jefe de su lugar de trabajo y de él dependa su futuro laboral, ni que su posición artística, científica o profesoral lo coloque en un nivel desde el cual podría influir de un modo negativo en la vida de ella.
Trabajar con mujeres, que suele ser, al menos lo es para mí, un placer intelectual y laboral, porque las he tenido siempre por más inteligentes y más eficaces que los hombres, puede convertirse, sin embargo, en una constante tortura si uno atiende de forma escrupulosa a su comportamiento delante de ellas. En primer lugar tendrá que preguntarse cada día qué será conveniente decir y qué no, qué gestos podrían ofenderla, qué chistes deberá omitir para no herir su sensibilidad, qué café no le ofrecerá o a qué copa no la invitará con el fin de que no entienda algo inconveniente, y con los ojos, ¿qué puede hacer? ¿Los llevará siempre cerrados? ¿Abrirá solo uno aunque parezca un guiño? ¿Y con el amor, y con el sexo? ¿Lo prohibiremos entre compañeros, entre jefes y empleados, entre profesores y alumnos mayores de edad, entre seminaristas, jugadores de fútbol o bailarinas de una compañía?
Es evidente que todo esto se está complicando y que precisamos no de una asignatura sobre relaciones humanas, sino de toda una carrera, un grado específico acerca de lo que está bien y de lo que está mal entre hombres y mujeres y viceversa.
Aunque en el fondo todos sabemos cuáles son los límites de la libertad del otro o de la otra y cuáles los del buen gusto, la educación y el respeto, y aun así necesitamos reparar cada día en nuestra condición de seres civilizados que piden un beso por favor y tocan la piel de la otra con su permiso siempre, elegantes y corteses, a pesar de que ambas virtudes hayan pasado de moda y exhalen cierto tufillo machista y que algunos consideren que este no es el método más efectivo ni el que mejores resultados les va a procurar en su cortejo.
Yo propongo una prueba más radical, una prueba a la que, por cierto, tuve que someterme con alguna de las chicas con las que salí hace ya muchos años. Se trataba de dormir juntos pero no hacer nada, no besar, no tocar, no fornicar (¡lo que me gusta esta palabra, Dios!) no por un capricho ni por una apuesta ni por un antojo, solo era una cuestión de ausencia de deseo, de miedo, de timidez o de cualquier otro disparate así, por parte de la otra, y no fue solo en una ocasión. Una tortura, vamos.
Sigo vivo, a pesar de todo, pasé la prueba y más adelante experimenté otras delicias de la carne y del sexo más satisfactorias y completas, pero si un hombre y una mujer pueden pasar unas horas entre las sábanas de un lecho sin invadir el terreno del otro, qué no podrían hacer mientras comparten el trabajo, la universidad, el gimnasio o el supermercado.
Aunque, eso sí, es indispensable ponerse de acuerdo, no vaya a ser que nos acusen de abusos inconcretos en nuestra más lejana ancianidad y nos jodan la vida.