¿Caza o tiro al plato?
JORGE SÁNCHEZ
Martes, 16 de noviembre 2021, 21:02
En el colectivo ambientalista coexisten diversas sensibilidades y planteamientos en relación con la caza que abarcan desde posiciones abiertamente anticaza (compartidas con el animalismo) a ... la colaboración con el sector cinegético en el marco de proyectos de conservación, pasando por todo tipo de posturas intermedias. Mientras tanto, desde el sector cinegético el discurso oficial mantenido por las federaciones se apoya en conceptos como gestión de poblaciones silvestres, sostenimiento de la biodiversidad, actividad esencial en situaciones de pandemia, etc. Precisamente, este fue el relato que trasladaron recientemente (miércoles, 3 de noviembre) a la sociedad el consejero de Medio Ambiente, Antonio Luengo, y el presidente de la Real Federación de Caza, Manuel Gallardo, tras una reunión en la que anunciaron la redacción de un plan estratégico de esta actividad para presentarla como motor de desarrollo económico y rural, mientras que la realidad es que el número de licencias decrece año tras año entre un colectivo tremendamente envejecido.
A pesar de que la integración de términos ecológicos en la actividad cinegética podría considerarse positiva, lo cierto es que ese discurso apenas duró cinco días, pues la Asociación de Naturalistas del Sureste hizo pública la autorización del director general del Medio Natural, Fulgencio Perona, de soltar nada menos que 16.000 perdices de granja en 29 cotos de caza con el fin de celebrar supuestos concursos locales que no aparecen recogidos en los calendarios de competiciones. Resulta particularmente llamativo que la autorización se emitiera pocos días después de la apertura del periodo hábil de caza general. Esas perdices obtenidas mediante prácticas de ganadería son liberadas en el campo la misma mañana de la cacería con el objeto de incrementar de forma artificiosa las capturas de los cazadores, y encubrir la dramática situación de la perdiz roja en nuestros campos, amenazada por la intensificación agrícola y acosada por una presión cinegética desmedida. Resulta evidente que liberar animales domésticos en la misma mañana de la cacería para abatirlos inmediatamente y engrosar el zurrón del cazador va contra toda lógica y ética cinegética, y convierte a nuestros campos en una suerte de cotos intensivos (o supermercados) donde lo importante es abatir el mayor número de animales posibles (y abastecerse de carne). De hecho, no son pocos los cazadores apasionados por la bravura de la auténtica perdiz roja silvestre que se oponen a tales prácticas por considerarlas antideportivas y antinaturales. Pero es que, además, la propia ciencia, a través de una investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y de la Universidad de Castilla-La Mancha, demostró que liberar perdices de granja afecta de forma negativa a sus poblaciones silvestres, y recuerdan que lo que se debe abordar son las «carencias en los hábitats gestionados».
Con este panorama, hay pocos motivos para la esperanza en el futuro plan estratégico, y precisamente esa ausencia de futuro razonable fue una de las razones por las que las organizaciones ambientales abandonamos el Consejo Asesor de Caza y Pesca fluvial, porque ni la ciencia ni el sentido común parece que vayan a tener peso en las políticas de gestión cinegética, ya que vamos camino de convertir nuestros montes en meros campos de tiro al plato.
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