Lola Herrera, la malquerida
La gran dama de la escena tuvo amores infelices que superó con el trabajo y una pasión inextinguible por el teatro
ANTONIO PANIAGUA
Viernes, 4 de octubre 2013, 12:18
Lola Herrera, antes de nacer, ya se maliciaba que a su vida no le iban a faltar sinsabores. Su madre estuvo a punto de morir en el parto y ella vino al mundo con fórceps, una clavícula rota y el cuerpo lleno de arañazos. Triunfó en el teatro y la televisión, pero no tuvo suerte con los hombres y fue una malquerida. La actriz acaba de presentar sus memorias, 'Me quedo con lo mejor' (Esfera de los libros). El ejercicio de escribir sus recuerdos ha sido ingrato y hasta duro. A veces ha tenido que echar mano de su 'loquera', como ella misma dice, para ahuyentar fantasmas que creía desterrados. El resultado es una obra traspasada por la sinceridad, alejada de la impostura de las grandes divas y en el que se nota la impronta de una mujer humilde. Y eso que Lola Herrera (Valladolid, 1935) es ya una clásica en las tablas: de sus 78 años, 66 de ellos los ha pasado frente al público.
Nacida en una familia obrera, su madre la parió en la mesa de la cocina. Su padre, decepcionado porque esperaba un varón, no le hizo mucho caso al principio. A los pocos días quería a su hija con locura. Eso sí, la acunaba con tangos, nada de nanas. Por eso el mundo malevo de los garitos porteños forma parte de la banda sonora infantil de esta mujer que gusta de la soledad. Pese a su éxito profesional, no se libra de las acechanzas de la ansiedad y el miedo. «Al escribir estas memorias me siento más aliviada. Me he deshecho de parte de lo que tenía en el trastero».
Aunque gran parte de su infancia estuvo teñida por el luto, Lola Herrera disfrutó de una infancia feliz. Recuerda con agrado escenas luminosas, como cuando su madre tendía la ropa enjabonada al sol, desplegada sobre la hierba. Una forma de blanquear las prendas sin necesidad de lejía. «Cuando te metías en la cama con esas sábanas olían a hierba recién cortada», cuenta.
Su vida, sin embargo, no es un cuento de hadas. Su abuela sufrió un montón de abortos por las palizas que le daba su marido. Y eso que era un hombre cuya estampa engañaba. Con ojos azules, «cierta cultura y aspecto de gran señor», su abuelo adobaba a palos a sus hijos si se atrevían a defender a su madre.
Cuando aún no existían las niñas prodigio ella fue una pionera. Comenzó en Radio Valladolid cantando canciones mexicanas. Su primera oportunidad se la brindó Pepita Serrador, madre de Chicho Ibáñez Serrador. Necesitaban una actriz joven y ella se presentó. Chicho quedó prendado de ella, como dan fe las encendidas cartas de amor que le enviaba.
Cuando entró en el cuadro de actores de Radio Madrid se encarriló su carrera dramática. Eran los tiempos en que Matilde Vilariño y Juana Ginzo eran las estrellas de las radionovelas. Por esos días Daniel Dicenta, hijo de un actor de la radio, empezó a tirarle los tejos. Al principio no le hizo mucho caso, le parecía «un poco prepotente». Ese chico ligón, loco por casarse incluso antes de hacer la mili, se convirtió en su marido. Fue un matrimonio tormentoso, tocado de muerte por el sinfín de infidelidades de él, algo que se puede comprobar en esa película que dio tanto que hablar y que se llama 'Función de noche' (1981). La cinta es todo hito, una catarsis en la que Herrera y Dicenta exhibieron sus vergüenzas ante un público atónito. Cuando Lola Herrera, en una especie de psicoanálisis cinematográfico, confesó aquello de «¡jamás he sentido un orgasmo!», dejó a Dicenta helado. Y eso que ambos ya habían roto hacía años. Muy diferente era la reacción de las feministas, que prorrumpían en aplausos ante la gran pantalla cuando escuchaban la frase de marras.
Nochevieja y brindis
Aquella unión empezó con mal pie. No tenían un duro y se vieron obligados a vivir en la habitación de un hostal. Daniel Dicenta y Lola Herrera se casaron un 31 de diciembre de 1960. Las nupcias no la libraron de cumplir con el enojoso trámite de representar dos veces la obra en que por entonces trabajaba. Hasta tomó las uvas con el público. El tocado del vestido se lo regaló Vicente Parra, el galán de la época, a quien Herrera adoraba. «Aquel 31 de diciembre llovía. Cuando terminé de vestirme, me miré al espejo y empecé a llorar sin consuelo». Después de aquel matrimonio malhadado la actriz conoció a otros hombres, pero durante mucho tiempo conservó el estatus de «ni casada, ni soltera, ni viuda». Una situación parecida a la de su amiga Pilar Bardem, víctima también de un fiasco matrimonial, y que ayer la acompañó en la presentación del libro.
Con todo, hubo un hombre con el que recuperó brevemente la ilusión. Lola Herrera omite su nombre en sus memorias. El caso es que ensayaba una obra de Lauro Olmo y tenía que besar a su pareja en la escena. «Nunca me habían besado así, o por lo menos no lo recordaba. Se me fue la letra, me quedé en la nube, y en segundos recuperé algo tan sugestivo como la memoria del deseo, la sensación del contacto con un hombre». Lo malo es que un día, confundido, el maestro del beso le dijo que pasaba una mala racha y se iba al campo con su abuela, quién sabe si a encontrarse a sí mismo. Pero a quien realidad visitó fue a una rubia, «veinte años menor que él, que encontró en una discoteca y a quien dejó embarazada».
Luces. Su padre fue un inventor a pequeña escala. Uno de sus artilugios fue un programador para encender y apagar las luces de los escaparates al gusto del comerciante. Fue un éxito, pero no le reportó dinero.
Carmen Sotillo. En la vida de Lola Herrera hay un antes y un después: su interpretación de Carmen Sotillo en 'Cinco horas con Mario'. Desde entonces lee con devoción a Miguel Delibes, especialmente 'La hoja roja'.
Sin odio. Pese a su infeliz matrimonio, Lola Herrera no guarda rencor a Daniel Dicenta. Era un hombre fuera de lo común, aunque atormentado. La madre del actor se suicidó pegándose un tiro en el corazón. Su marido la dejó por otra mujer más joven.